martes, 2 de diciembre de 2014

Nada es Historia (parte I)


Hace unos días que pensé en escribir nuevamente sobre la carrera de Historia de la UBA (de la que soy egresado pero no tengo ninguna otra vinculación institucional). Se cruzaron varios motivos para eso: la muerte de Halperin Dongui, el desopilante video que Canal Encuentro realizó para Filo sobre cada una de sus carreras y, finalmente, la publicidad electoral por las inminentes elecciones de Junta Departamental.  

Recuerdo que apenas empezaba mi paso por la carrera, un artículo de Ema Cibotti levantó gran polvareda. ("El aporte en la historiografía argentina de una generación ausente: 1983-1993". Revista Entrepasados N° 4/5, 1993).

La respuesta más conocida fue la de Javier Trímboli y Roy Hora ("Las virtudes del parricidio en la historiografía. Comentarios sobre la mirada de Ema Cibotti a la 'generación ausente'" en Revista Entrepasados. N° 6, 1994) aunque el debate llegó hasta la Iglesia de adoradores de Eduardo Sartelli (“Tres expresiones de una crisis y una tesis olvidada" en Razón y Revolución, 1995). Un artículo de Martha Rodríguez describe muy bien la situación historiográfica de la época.  

Pero los debates estaban también en las aulas y los pasillos de Filo. Recuerdo un Boletín de la agrupación Mariategui que había fotocopiado los artículos, agregando sus propios análisis. La otra agrupación estudiantil de la Junta departamental, Rebeldes Primitivos, había hecho algo parecido. 

En esos años se debatía la orientación historiográfica hegemónica y las formas políticas que este grupo tenía para sostenerse en el poder institucional. Al mismo tiempo, la producción historiográfica de unos y otros en aquellas décadas (de los 80 y 90) había llegado a un punto muy alto (aunque también algunas cátedras eran pésimas, sin importar a que grupo perteneciaran). 

Recuerdo los libros icónicos de Tandeter, Sabato, Barbero y Devoto y Chiaramonte, los inicios de la Historia oral con Dora Schwarzstein, los estudios sobre mujeres y obreros de Lobato, Suriano, Pozzi etc. o los entonces innovadores trabajos sobre las guerrillas de Ernesto Salas por mencionar los que me vienen a la cabeza más rápido.  

Los “modernos” buscaban expandir su poder tratando de correr a los demás, que se defendían como podían. Entre los resistentes había cátedras de la “derecha” como Argentina (I) con Beatriz Spota y América II (no recuerdo quien era la titular). Creo que Nilda Guglielmi y Perla Fuscaldo podrían incluirse en ese grupo aunque con mucho mejor nivel. 

También había profesores de izquierda como Claudio Katz, Pablo Rieznik, Alberto Pla, María Elena Vela, Pablo Pozzi y alguno que otro no siempre alineado (Marcelo Levinas y Marta Ottonello). La lucha entre los grupos se veía en la pelea por las rentas y, sobre todo, en los seminarios, que eran el gran espacio de conflicto.   

En aquellos años la disputa era, a la vez, política e historiográfica. No podía distinguirse una de otra. Las demandas de pluralismo tenían que ver entonces con incorporar todas las visiones historiográficas a la institución, no con repartirse cargos en las cátedras cuoteadas por partidos o a cambio de apoyar la reelección de Hugo Trinchero o la elección de Graciela Morgade. Eso no es pluralismo, es pura rosca.  

Sin mencionar, "pequeños detalles" como que la matricula estudiantil se redujo a la mitad, que una gran cantidad de los mejores investigadores huyeron a las universidades del conurbano o a las privadas y que el Instituto Ravigani culminó su independencia formal al convertirse en centro asociado del CONICET. 

Entonces, la pregunta es ¿qué debates historiográficos caracterizaron a la carrera de Historia de la UBA en los últimos 10 años ? ¿Qué producciones impactaron en el campo de una manera decisiva? ¿Cuántos congresos o jornadas se realizaron? ¿Qué revistas se editaron y qué impacto tuvieron? ¿Qué nuevas preguntas o métodos se mostraron? ¿Qué ofertas de posgrado se concretaron?

En síntesis ¿qué cosas podrían escribir los investigadores de historiografía sobre los últimos 10 años de la carrera de Historia de la UBA al estilo de los debates antes mencionados?  

Los profesores y graduados que fueron (y son) responsables de la conducción de la Facultad y la Carrera durante la última década deberían mostrar algún balance al respecto a la hora de convocar a votarlos más alla de abundar en relatos sobre las desventuras estudiantilistas de asambleas y traiciones diversas.    

domingo, 26 de octubre de 2014

Fernando Cibeira, periodista de PRAVDA

Pensé en escribir este post durante el entretiempo de Futbol Para Todos. Ahí vi una publicidad donde Martín Sabatella se rasgaba las vestiduras en nombre de la libertad de prensa. Esto me hizo recordar mi propia experiencia con los medios (y sin tener vínculos laborales con ellos).

En los últimos años tuve la posibilidad de escribir en varios medios de comunicación. Sobre todo, después de la publicación de mi primer libro. La mayoría de las veces no fui convocado para eso, sino que partió de mi iniciativa de enviar artículos sabiendo que era muy factible que fueran rechazados (ya que nunca habían sido pedidos).

Sin embargo no fue así.

El primer artículo que publiqué fue en el Diario La Nación, al otro día del desastre de Cromagnon y sobre ese mismo tema. Ellos no sabían quién era yo, de donde venía ni qué pensaba. De hecho, en aquel momento yo estaba viviendo en España. Hugo Caligaris era el editor y me escribió inmediatamente diciéndome que el artículo sería publicado. En otras ocasiones volvería a hacerlo y también rechazó algunos por falta de espacio.

Lo mismo ocurrió con Perfil. Un día vi un artículo de Eduardo Valdez que daba para debatir y les envié una respuesta. Igual que con La Nación, lo publicaron valorando el contenido por sobre el firmante a quien no conocían.

Con Clarín pasó algo similar. El diario de la “corpo” publicó un artículo de Ezequiel Adamovsky que me movió a responderle. Ese día compre el diario y en la página 2 busqué el mail del editor (Ricardo Roa).  Escribí un artículo y se lo envíe. Al rato, Roa me devolvió el mensaje. Allí me decía que le gustó el artículo y que estaba esperando que lo publicado anteriormente por Adamovsky abriera algún debate. En el mismo email me pasó el dato de un editor del diario con el que coordiné la publicación.

Del mismo modo actué con Página 12. No recuerdo bien el motivo del artículo, pero sí que tenía que ver con algún debate historiográfico de los iniciados públicamente por Luis A. Romero. No era en su defensa ni justificando sus palabras. Conseguí el email del responsable de la sección, Fernando Cibeira y le envíe un artículo.

A diferencia de los editores de los diarios de la “corporación mediática” me respondió que no le gustaba la posición adoptada en el artículo. Yo le dije que no me importaba si lo publicaba junto a otro que me criticara, ya que el motivo era, justamente, abrir un debate.

Su respuesta fue más cortante aún: “su” Diario no era el lugar para mostrar mis ideas. Las ideas que no eran las de él no debían ni publicarse. Además en su opinión, Romero era "el gorila mas grande del universo".

Supongo que cuando los fondos oficiales se terminen y muchos propagandistas deban enfrentarse a la falta de capacitación y profesionalidad, solo les quedarán dos caminos. El primero será autocriticarse por lo hecho y tratar de obtener algún trabajo honesto donde aplicar lo aprendido. En su defecto, el segundo camino será venderse al próximo inquilino de la Casa Rosada.  

viernes, 18 de julio de 2014

AMIA (I)

Hace 20 años, cuando todo sucedió, yo estaba durmiendo en mi casa.

Me desperté con la explosión.

Hoy me parece recordar que el sonido no fue tan fuerte. Algo así como un ruido sordo.

Seguramente, desde más lejos se escuchó como se espera que suene una explosión de esa magnitud. Pero a menos de 50 metros del epicentro, el único ruido que recuerdo es el de vidrios rompiéndose. Lo más inquietante (entonces) fue que el edificio tembló. Durante unos segundos todo se movió como si fuera un terremoto.

Me agarré del costado de la cama con las dos manos y me recuerdo deseando que eso que estaba pasando no continuara. Me quedé quieto. Después del temblor solo hubo silencio.

Unos minutos después mi vieja entró a la habitación. Me dijo que iba a bajar a ver qué había pasado. Ingenuamente agregó que quizás explotó algo con gas. Lo verdaderamente ocurrido todavía era impensable.  

Pasaron unos minutos y mi mama volvió. Esta vez con la cara desencajada, y la noticia. Bajamos rápido los dos. El panorama era tremendo. No se cómo será una ciudad después de un bombardeo, pero la calle Tucumán al 2200 no debía estar muy lejos de eso.

Nos paramos en la vereda, mirando hacia Pasteur. Como si estuvieramos de visita en otro mundo, en uno que no era el nuestro. Lo recuerdo hasta hoy. Gente herida deambulando, gritos, descontrol. Intenté llegar hasta la esquina, pero cada metro más cerca, el panorama era peor.   

De repente alguien gritó “hay otra bomba” y todo el mundo comenzó a correr hacia Uriburu. Fue como una estampida. Todo era posible de creer. Agarré a mi vieja y corrimos también. El piso estaba lleno de vidrios.

Fuimos hasta la Avenida Corrientes y nos metimos en el primer bar que se nos cruzó. De ahí recuerdo que llamamos a la familia para decir que estábamos bien. Algunos ni sabían lo que había pasado.

En el bar nos tranquilizamos un poco y empezamos a ver en la TV lo que ya sabíamos.

20 años después no sabemos mucho más sobre lo que pasó aquel día, pero si mucho más sobre nosotros y nuestras elecciones.