domingo, 8 de mayo de 2011

Dime quien es tu canciller y te diré quien eres


La posible recomposición de las relaciones comerciales con Irán –y los debates abiertos al respecto- han sido la noticia de la quincena en el tópico de las relaciones internacionales. Como viene pasando en los últimos tiempos, este terreno que normalmente debe transcurrir sobre carriles preestablecidos hasta el aburrimiento, terminó bordeando la desmesura.

Diversos medios de comunicación, particularmente de Argentina, Israel y EE.UU., se hicieron eco del tema que, además, no pudo ocurrir en un momento menos oportuno que pocos días antes de la visita del canciller Timerman a Israel. Y es que el núcleo de la noticia no era solamente la recomposición de las relaciones comerciales con Irán, sino que esto se haría a costa de finalizar con las investigaciones sobre los atentados terroristas, particularmente el ligado a la AMIA.

Frente a las diversas muestras de repudio y malestar que se emitieron desde la oposición, la comunidad judía local e Israel, el gobierno prefirió mantener un silencio sólo interrumpido por las habituales correrías de Luis D´elia. El líder piquetero se dedicó a fogonear el incendió entrevistando en el programa de radio que conduce a uno de los diplomáticos iraníes acusados por la justicia argentina.

De todos modos, después de la reunión entre los responsables máximos de las cancillerías argentina e israelí llegó la tardía desmentida del gobierno (sobre la inclusión de la investigación como moneda de cambio, no sobre la recomposición comercial con Irán). La situación quedó en un terreno de duda y confusión que solo el tiempo podrá poner en su lugar. En materia de política exterior Argentina no es un actor confiable ni sus políticas estables por ello nadie podría descartar un cambio súbito en sus estrategias internacionales.

El culebrón nos puede ayudar a pensar más allá de la coyuntura y reflexionar sobre el papel que deben tener las relaciones exteriores en un proyecto de gobierno y de país y evaluar cómo se ha desarrollado esto en los últimos años.

Un conocido analista político suele decir que en los equipos técnico-políticos de los diversos candidatos y partidos podemos encontrar uno, como máximo dos, posibles candidatos a ocupar el ministerio de Economía. Al mismo tiempo seguramente hay no menos de diez que disputan para ser elegidos ministro de relaciones exteriores, ilusionados con un trabajo tranquilo, viajes y un escenario de lucimiento con pocos costos. .

Sin embargo esto no fue siempre así. Para generar una comparación en el sentido antedicho vale caracterizar sintéticamente la gestión de otros gobiernos democráticos. Tanto Alfonsín como Menem, y más allá de sus grandes diferencias, aciertos y errores, mantuvieron una posición muy clara y estable en cuanto al alineamiento internacional que sostenían sus gobiernos, también en quienes la implementaron.

Alfonsín, en los últimos años de guerra fría se inclinó por una política de no alineación que se basaba en la idea de reconfigurar el escenario internacional en términos Norte-Sur más que en los de Este-Oeste, tal cual lo pregonaba entonces el líder socialdemócrata alemán Willy Brandt. Adhería a la idea de un Nuevo orden Económico Internacional y junto a otros miembros de la Internacional Socialista apoyaba la revolución nicaragüense, rompía relaciones con Sudáfrica y participaba del grupo de apoyo a la negociación por la paz en Centroamérica encarada por el llamado grupo Contadora. Casi todo su mandato mantuvo a un mismo canciller –Dante Caputo- un preparado funcionario que sólo fue relevado promediando la campaña electoral de 1989.

Menem cambió radicalmente la política exterior del país aunque, a su favor, se debe señalar que la caída del muro de Berlín también significó un giro radical en la forma en que los países se organizaban y agrupaban en el tablero geopolítico. Menem adhirió sin fisuras a las políticas de EE.UU., no sólo a las económicas, también enviando naves para la primera guerra de Irak y en las relaciones con Israel y Cuba. Si bien el riojano no tenía mayores conocimientos en el tema, poseía un equipo de profesionales de primera línea y su canciller –Guido Di Tella- ocupó ese lugar durante casi toda la presidencia después de un breve periodo a cargo de Domingo Cavallo.

Los K representan un modelo diferente a los antes descriptos. Centralizaron en sus manos la política exterior como lo hicieron con las restantes políticas del gobierno, convirtiendo a los problemas en conflictos, haciendo de la coyuntura el único elemento previsible y la base de su política exterior.

Sin una visión global, sus estrategias internacionales fueron cambiando según las necesidades de cada momento, sin preocuparse por ser ambiguas cuando no contradictorias. La alianza con Chávez que se produce al mismo tiempo que se confrontaba con Irán (uno de los principales aliados de Chávez) puede ser una muestra de lo antedicho.

Durante lo que va de ambos mandatos kirchneristas ya pasaron tres cancilleres, ninguno muy preparado para la función que ocupó y más del estilo de los clásicos “pavos reales” que consideran la función un espacio de lucimiento personal, a lo sumo, de utilidad para conseguirle al presidente fotos con líderes mundiales y resolver algún entuerto (o generarlo, si eso fuera más conveniente)

Mientras se desactivó la influencia del personal de carrera, tampoco se conoce quienes son las cabezas que piensan las estrategias externas del país. Lo que es claro que ninguno de los tres principales habitantes del Palacio San Martín tuvo una presencia trascendente interpretando la realidad exterior para convertirla en insumos que integren la definición del proyecto nacional.

En el abc de los que estudian asuntos vinculados con las relaciones internacionales se sostiene que siempre las relaciones exteriores de un país tienen que ver con la política interna. Sin embargo, esto es muy diferente a que la política exterior solo tenga que ver con la política interna.
(Artículo publicado en El Estadista N° 27, 17 de marzo de 2011)

Los sucesos acontecidos en la parte norte del continente africano pueden verse también como un (muy) tardío ajuste de esa parte del mundo al fin de la lógica de la guerra fría. Sería temerario predecir si estas revueltas y derrocamientos se conformarán en una nueva ola democratizadora y producirán verdaderos cambios de régimen o, si, finalmente, se quedarán apenas en cosméticos cambios de gobierno.

Hace unos días, invitado al programa “Palabras mas palabras menos” del canal de cable Todo Noticias (TN) uno de los más prestigiosos especialistas en relaciones internacionales de nuestro país afirmaba en forma tajante –y también vehemente- que “occidente no tuvo nada que ver con lo ocurrido en el norte de África”.

La idea de pueblos heroicos, sustentados en sus propios liderazgos y sin ninguna influencia externa presume una visión estática de los acontecimientos políticos internacionales y puede llevar a conclusiones políticamente correctas, pero profundamente erróneas. Además, el origen de este tipo de movimientos no pueden ser explicados por una sola causa, por más poderosa –o romántica- que parezca. Para entender lo sucedido de manera integral y realista es necesario abordar la coyuntura en el marco de la interacción entre los estímulos externos y las coyunturas internas.

Esta clase de afirmación sobre la excepcionalidad nacional de los sucesos también se desmiente al observar el alcance que han tenido. Comenzados en Túnez se extendieron rápidamente hacia Egipto, Libia, Bahrein, Jordania, Yemen y –pronto se sabrá- si también llegarán a Arabia Saudita, primer productor mundial de petróleo.

Esta claro que no pueden obviarse la importancia de las causas explicativas domésticas como la pobreza y el desempleo de importantes sectores de población –en especial los jóvenes-, los problemas religiosos, tribales, el hastío frente a la represión sistemática, la crisis económica y la ruptura de pactos de gobernabilidad entre elites. Sin embargo todos estos elementos también han estado presentes –de diversas formas- desde hace decenas de años, sino antes, y no habían producido semejante respuesta de parte de la población.

La explosión se produce cuando estos sucesos entran en combinación con un entorno global que produce fuertes estímulos y señales en sentido absolutamente contrario a los que se viven a nivel nacional y la población, además, tiene acceso a esta información que le permite evaluar y comparar con su propia situación.

Un primer hecho que debe mencionarse en este sentido es la evolución del concepto de soberanía nacional y que ha cambiado bastante con respecto al que caracterizó al siglo anterior. La soberanía nacional absoluta alumbró los peores genocidios y esto permitió la creación de mecanismos –quizás no siempre efectivos o justos- para impedir la represión a las sociedades civiles. Por ejemplo, la acción de la corte penal internacional que legitima formas de intervención directa diferentes a las militares pero que penden sobre la cabeza de los dictadores y sus colaboradores.

Un segundo punto para destacar se vincula a la movilidad de las personas. O, a la inversa, la imposibilidad de estos estados autoritarios de mantener a las personas ancladas al territorio. Esta fue uno de las acciones que los Estados de la órbita soviética habían logrado concretar con bastante éxito. Millones de personas tenían imposibilitado salir del país, incluso moverse dentro del mismo territorio nacional. Sólo unos pocos, con motivo bien comprobado y bajo estricta vigilancia lograban traspasar la cortina de hierro.

Luego del triunfo de EE.UU. en la guerra fría –con la excepción de Cuba- resulta muy difícil -y más aun para estos Estados con fronteras porosas- atar a sus habitantes que de ese modo pueden viajar por turismo, negocios, cuestiones académicas o migraciones en busca de mejor calidad de vida y así observar –y luego reproducir - el modo en que se vive en otros países.

El tercer punto ha sido uno de los más importantes: la revolución tecnológica. En África abundan los celulares, llamadas las “computadoras de los pobres”. Esto facilita la posibilidad de comunicarse con el exterior, pero también entre ellos mismos, de modo de organizarse flexiblemente escapando a la represión, intercambiando información y evitando la censura.

Las redes sociales y los medios de comunicación jugaron un papel clave en estas revueltas. Comparando una vez más con las viejas dictaduras o el sistema soviético donde un Estado todopoderoso podía controlar los flujos informativos y la actividad cotidiana de las personas, hoy en día los ciudadanos tienen acceso a múltiples fuentes para eludir estos cercos, para conocer que se opina sobre la situación por fuera del país y también reproducir esta información en forma rápida y económica.

Si entendemos intervención occidental solamente como el estilo poco sutil e ilegal aplicado por EE.UU. en Irak, entonces no hubo –por ahora- una intromisión de esas características. Sin embargo, la influencia del contexto internacional en un sentido más amplio que el mencionado, ha sido clave. No haberlo comprendido así tampoco por parte de Mubarak y Ben Alí colaboró con su salida del poder.

Finalmente, lo ocurrido en África del norte es una experiencia que las potencias también deben atender ya que afecta uno de los núcleos de la gobernabilidad global. Pero algunas de ellas deberían prestarle particular atención ya que también proyecta sombras sobre su propio futuro.

El caso de China es el más claro en este sentido ¿Hasta cuando será posible tratar a millones de físicos, hombres de negocios, estadísticos, químicos, informáticos entre otros profesionales de primera línea como campesinos medievales sin mayores de derechos frente a un Estado absolutista? No casualmente Tiananmen se motorizó a través de los estudiantes. ¿Podría China resolver hoy una situación similar tal como lo hizo en 1989?

Esta historia, recién comienza.

Argentina sigue siendo imprevisible

(Artículo publicado en El Estadista, N° 25, del 18/02/2011 con motivo del viaje de Obama por América Latina)

La diplomacia norteamericana decidió que la gira de Barak Obama por América solo incluya a El Salvador, Brasil y Chile. En nuestro país esto desató una polémica donde sectores opositores y de la prensa utilizaron una de sus armas predilectas para castigar al gobierno: la apelación al supuesto aislamiento internacional que sufriría la Argentina producto de las políticas del kirchnerismo.

Este argumento, por simplista y fácilmente rebatible, no resiste mayor análisis. Sin embargo, es cierto que Argentina aparece como un jugador imprevisible para casi todos los actores del escenario internacional. El kirchnerismo ha carecido de cuadros lúcidos dedicados a pensar problemáticas globales que apunten a nuevas formas de inserción –políticas y económicas- en un contexto de crisis, pero también de oportunidades. El actual canciller parece más a gusto reemplazando a Aníbal Fernández como azote de la oposición que cumpliendo esa función. El cierre de la Embajada de Suecia en Argentina es un dato que no debe pasar desapercibido, tanto o más, que la agenda de Obama.

La versión opuesta es esgrimida por las distintas variantes del oficialismo: La ausencia del presidente de EE.UU. se vincularía a las políticas progresistas -hasta antiimperialistas- aplicadas por los Kirchner en conjunto con otros líderes como Lula, Chávez, Correa y Morales. Esto tampoco parece real. De hecho, Argentina ha cumplido un papel importante en la estabilidad de la región – por ejemplo en la contención del chavismo- y ha mantenido posiciones alineadas con Washington, sobre todo, en temas sensibles como el terrorismo internacional.

Lo cierto es que esta discusión maniquea oculta cuestiones de fondo y que son transversales a toda la clase dirigente. La idea predominante sigue siendo que Argentina -condenada al éxito- es una potencia que compite palmo a palmo con Brasil por el liderazgo regional y donde el resto de los actores son apenas figuras de segundo orden. Esta perspectiva es típica de la burocracia estatal de la cancillería y de los partidos tradicionales que siguen anclados en una visión decimonónica de la política regional y mundial, inmune a los cambios en las agendas y prácticas internacionales.

La visita de Obama pronto será una anécdota, pero las consecuencias de esta visión, sostenida en un nacionalismo cerril, continuará presente y con efectos palpables. Su principal victima es el proceso de integración regional y la construcción de instituciones políticas supranacionales, acciones que van en sentido opuesto a la concepción –y celebración- de la soberanía nacional como en el siglo XIX.