miércoles, 29 de diciembre de 2010

El Héroe impuro

Carlos Andrés Pérez (conocido popularmente como CAP) fue un político venezolano de larga trayectoria en su país, donde ocupó diversos cargos públicos, llegando incluso a ejercer en dos ocasiones la presidencia de la nación (1974-1979 y 1989-1993).

Bendecido por el auge petrolero su primer gobierno significó una bonanza inédita acompañada de un proceso de modernización y vigencia de la democracia en momentos que las dictaduras ocupaban casi todo el mapa de la región.

Sobre todo, CAP ocupó un lugar protagónico en la política latinoamericana, por ejemplo, en la firma del Tratado por el Canal de Panamá; en el triunfo de la revolución sandinista; en la lucha por la democracia en El Salvador y en la presión a los gobiernos dictatoriales. Su papel en la recuperación democrática en República Dominicana fue clave cuando los militares amagaban desconocer los resultados de la votación que arrojaba ganador al candidato opositor.

Durante su primera presidencia, Venezuela se convirtió en un santuario donde llegaban exiliados de todos los países de la región en busca de apoyo y protección. Pérez representaba entonces, el auge que la socialdemocracia vivía a nivel internacional de la mano de la Internacional Socialista.

Junto destacados dirigentes europeos (Willy Brandt, Olof Palme, Felipe González, Mario Soares) y latinoamericanos (Pepe Figueres, Adolfo López Michelsen, Michael Manley, José Peña Gómez, Omar Torrijos entre otros) construyeron un espacio alternativo al enfrentamiento Este/Oeste, logrando que entonces pareciera posible organizar la política mundial desde una perspectiva Norte/Sur, donde la lucha contra la pobreza, por los Derechos Humanos, la democracia y el desarme fueran los puntos principales de la agenda en lugar del enfrentamiento entre rusos y norteamericanos.

Su segunda presidencia no fue tan afortunada. La brutal caída del precio del barril de petróleo, los cambios en la coyuntura geopolítica y la relación siempre conflictiva con la dirigencia de su propio partido, lo llevaron a perder drásticamente la popularidad ganada en los setenta. El llamado “Caracazo” y la aparición de Chávez, sumado a las acusaciones de corrupción, lo apartaron del poder, y luego de una estadía tras las rejas, lo llevaron al exilio. Primero en la República Dominicana y luego en Miami, donde murió este último 25 de diciembre.

El mismo CAP admitía que los errores de su gobierno en particular, pero la decadencia de una elite social en general había propiciado la fulminante aparición del coronel bolivariano. “Chávez nació de nuestras entrañas" solía decir, acusando especialmente a Rafael Caldera por haberlo liberado al poco tiempo de la intentona golpista.

A pesar de lo antedicho, la muerte de CAP generó un fuerte impacto, dentro y fuera de Venezuela. Una repercusión mayor del que su escuálido capital político podía hacer suponer.

En los últimos tiempos Venezuela gozó largamente de otra época de prosperidad y opulencia petrolera, sin embargo, la corrupción y la pobreza no han sufrido reducciones significativas en forma proporcional. Pero además, la postal de hoy nos muestra incomprensiblemente que la libertad de expresión, la disidencia política, la vigencia de las instituciones republicanas y la autonomía universitaria se han convertido en expresiones malditas y perseguidas por la verba exaltada hoy predominante en Venezuela y la región.

El actual presidente venezolano se ensañó especialmente con CAP y su trayectoria. No fue casual. Los populismos que supimos conseguir hunden gran parte de sus “progresistas” raíces en los densos campos de la premodernidad. El programa socialdemócrata de CAP, cosmopolita, de raíces occidentales y que prefería tomar como modelo a la España de Felipe González antes que a la Cuba castrista, era una amenaza para la existencia de los proyectos autoritarios embanderados en un supuesto socialismo del siglo XXI aunque más cerca del nacionalismo decimonónico o de la modernidad reaccionaria de principios de siglo XX.

Paradójicamente, la muerte de CAP vuelve a darle –transitoria- vida, sobre todo, por el contraste radical con lo hoy vivido. Su desaparición física provocó desazón en sectores de la sociedad venezolana porque también fue el último estertor de esos proyectos que él comandó (frustradamente) y de los que hoy ya no queda nada, ni siquiera su desmejorada presencia para recordarnos –de vez en cuando- que alguna vez existieron. La muerte de CAP -como la de Raúl Alfonsin- nos pone frente a nuestros fracasos, los sueños incumplidos, las elecciones erróneas y porque no, frente al inexorable paso de nuestro propio tiempo vital.

La congoja –incluso entre sus partidarios adecos, que tanta veces lo repudiaron- se produce también porque lo que queda en pie, visible como nunca antes, es también lo que los mismos venezolanos han elegido para su país como alternativa de cambio y superación de la herencia del “Punto fijo”. Y eso si es motivo para llorar.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Una escena típica de la película K

Días atrás leí que se realizaría en el cine del INCAA (Congreso) un festival de directores europeos que contaba en su programación con la película Looking for Eric de Ken Loach. Diversos motivos me atraían a ver la película: La trayectoria de Loach (Tierra y Libertad y La canción de Carla, entre otras), que me gustan las historias de perdedores urbanos, la metáfora con Eric Cantona –muy maradoniana- y que en una librería de Paris la vi a la venta hace unos meses y deseché su compra porque no venía subtitulada.

Por ello decidí ir a comprar un par de tickets. Lo hice un día antes, suponiendo que, al proyectarse un sábado a la noche, combinado con el bajo precio de venta por el subsidio estatal (8 pesos), se produciría una afluencia de público más que importante.

Lo primero que me sorprendió fue que la persona que vendía los boletos –una señora mal vestida y excedida largamente de peso- anotaba a mano con un birome Bic y en la misma entrada la hora del evento: “Sábado 20.30 hs.”. No quiero ser prejuicioso, pero tenía todo la estética y los tics de la empleada pública de Gasalla. Claro, en ese momento recordé que ella era una empleada pública ya que ese cine estaba bajo la orbita del INCAA.

Sin prestar más atención, me fui del cine con mis entradas y volví al día siguiente. Una hora antes del inicio de la proyección la fila ya pasaba la mitad de la cuadra. Siendo las 21.00 hs., es decir media hora pasada del supuesto inicio de la película, aun seguíamos en la fila. A los poco minutos comenzamos a entrar.

La primera señal que las cosas no andaban del todo bien fue cuando llegué a la puerta de la sala. Ahí vi que mi entrada era verde claro y en la caja se acumulaban entradas cortadas de color azul. Las dos personas que estaban controlando (una cortaba los tickets, la otra conversaba animadamente con él) no se dieron por enteradas. Ante mi consulta –que interrumpía la charla futbolera de los dos cortadores públicos de entradas- me miraron con desden y con cierto fastidio. Uno de ellos me dijo que estaba todo bien y que pasara a la sala.

Hice caso a la sugerencia y me acomodé en una de las butacas. La sala es realmente enorme y bella, aunque el descuido y la falta de mantenimiento resaltan a la mirada un poco más detallada.

De a poco la sala comenzó a completarse. Las entradas eran sin numerar, lo cual en un evento de esa clase es algo ilógico y que tiende al desorden y a la ley de la selva. A las 21.10 la sala estaba repleta y a las 21.20 la cantidad de gente ya comenzó a sobrepasar la de butacas. Las personas que no tenían lugar donde sentarse comenzaron a hacerlo en el piso de los pasillos. A las 21.25 ya era imposible pasar por los pasillos de la cantidad de gente sentada que además, comenzaba a reclamar que se les pusiera sillas.

La escena podía describirse como un “parque Indoamericano transitorio”. Ante la sobreventa, la gente “tomó” los pasillos y luego reclamó sillas para institucionalizar una situación totalmente anormal, además de peligrosa. No reclamaban una función bien organizada, querían sillas en los pasillos, total, ya que estamos acostumbrados a vivir mal, al menos estamos dentro del Circo. Para calmar la situación, alguien tomó un micrófono y anunció que pronto proveerían de sillas, que finalmente nunca llegaron, por suerte, ya que en caso de algún imprevisto, hubiera sido imposible evacuar la sala.

Siendo las 21.30 –una hora después de la hora fijada para el inicio de la proyección- una mujer tomo el micrófono, saludo a todos y todas y luego se presentó como la Directora del INCAA. Pletórica anunció que esa proyección era posible por las nuevas políticas del Estado argentino (dijo exactamente “del querido Estado argentino”, si, el mismo del genocidio y otras tantas delicias, pensé yo). Repitió todos los tópicos del berretismo nacionalista, aunque adaptados al cine (incluyendo la crítica al cine yankee ya que todas las películas son de tanques y guerra, dijo la especialista).

Obviamente la sala estalló en un aplauso. Estatismo populista más crítica a EE.UU. No puede fallar. Poco importó que llevaramos una hora de retraso y la precariedad de la situación. De hecho, me pareció que los que más aplaudieron fueron los que estaban arrojados en los pasillos.

La mujer siguió con su perorata (por suerte no lo mencionó a Él ni lagrimeó) y finalmente anunció que estaba presente en la sala el Director de la película. Ahí comprendí que era difícil que estuviera Ken Loach y que por lo tanto no era la película que yo había ido a ver. Efectivamente, Gaspar Noé, tomó el micrófono y comenzó a hablar del film que se vería a continuación: Enter the Void.

Yo conocía su obra y había leído sobre la película que presentaría en el festival. Sabía que era muy violenta. Explícita y provocadoramente violenta, como su anterior película, Irreversible. Cuando el director dijo que la película duraba 2 horas y 40 minutos, no lo dudé. Salté como un resorte de la butaca, tomé la mano de mi acompañante y busqué la salida eludiendo como podía a las personas sentadas en los pasillos. Noté que algunas de ellas comenzaban a mirar con ansiedad las dos butacas que quedaban libres y con mirada asesina a sus posibles competidores en el asalto.

En medio de la incredulidad mezclada con fastidio, fui a la ventanilla de venta de tickets donde estaba la misma señora gasallesca. Le expliqué la situación deseando que me dijera que aun estaba a tiempo de ir a ver la película que yo quería, pero no. Me dijo que el horario del comienzo del film de Loach había sido a las 18.30 y que me había confundido. Sin embargo, su letra, estampada en mi entrada verde con birome Bic no daba lugar a la duda: “20.30 hs.”. La señora mal vestida y de rústicos modales estaba frente a la evidencia y trató de explicar lo inexplicable.

Me dijo que esas mismas entradas que tenía en mi poder ya cortadas, me servirían para la función del lunes si ella le estampaba su firma (total, lo paga el Estado). A ella y los cortadores de entradas les importaba un corno el “querido Estado nacional”, estaban en un cine como en una expendedora pública de salames, concientes de sus derechos corporativos y sindicales pero no tanto de sus deberes y obligaciones.

Para completar la escenografía de subsidios, ineficiencia y falta de respeto por cualquier organización formal, resta decir que la película era de un director argentino -por lo cual no correspondía incorporarla en un festival europeo- y que el mismo Gaspar Noe contó en la sala que su película fue financiada íntegramente por importantes capitales del circuito comercial, que, seguramente, no necesitan del subsidio de nuestro “querido Estado” para lograr su difusión, al menos no tanto como quienes exigían una vivienda en Villa Soldati.

Yo, perdí el dinero de las entradas, no pude ver la película, me quedé con la mala leche, el tiempo perdido (encima ese día y a esa hora jugaban River y Colón) y con la irremediable sensación que todo eso no había ocurrido en nuestro país de sueños sino por mi imaginación gorila y por la culpa de Magnetto.

sábado, 13 de noviembre de 2010

El discreto encanto de la ambiguedad política

En Pagina 12 del día 5 de noviembre los historiadores Irene Cosoy, Gabriel Di Meglio, Federico Lorenz, Julio Vezub y Fabio Wasserman publicaron una nota crítica sobre la posición que Luis A. Romero viene adoptando frente a este gobierno en general y, en particular, sobre algunas de sus opiniones vertidas el mismo día de la muerte del ex presidente Néstor Kirchner.

En el artículo colectivo en cuestión hay tres críticas subyacentes sobre las formas que adquiere la intervención pública de Romero y sobre las que quisiera detenerme especialmente ya que asumen visiones sumamente retrogradas sobre el quehacer del historiador.

Los historiadores firmantes achacan a Romero el momento de la intervención (“El día mismo de la muerte del ex presidente”) sin mantener una prudente distancia sobre los hechos a los que interpela. Llama la atención esta clase de crítica viniendo de jóvenes profesionales de la Historia ya que durante años se acusaba a los representantes más tradicionales de los historiadores por priorizar el estudio de tiempos y espacios remotos, desdeñando el campo y los problemas de la historia reciente y –también- a quienes a ellos se dedicaban.

También cuestionan la forma en que Romero expresa sus ideas, supuestamente lejos de la formalización conceptual que debería mostrar un historiador en su práctica científica (“Romero no está escribiendo historia, sino proyectando sus propias creencias”). ¿y cual es el problema? Romero está escribiendo un articulo periodistico no un paper académico y respeta el formato en el que escribe.

Esta demanda se opone a las críticas que se realizaron por años a algunos de los principales historiadores del país por el desinterés que mostraban a la hora de intervenir en las cuestiones públicas (bien aprovechado por pseudo historiadores y publicistas como Pacho O´Donnell o Felipe Pigna). Así, se les remarcaba una mayor propensión a mantener polémicas muy especializadas –a veces incomprensibles- en revistas académicas o espacios universitarios con escaso impacto y entrada restringida, que a involucrarse en los debates sociales en los que estaban necesariamente inmersos.

Por último -y en forma contradictoria con lo anterior- señalan la necesidad de tomar partido en el debate político actual, pero clarificando sin tapujos desde qué lugar se sostienen los diferentes enunciados (“Es importante entonces que establezcamos claramente desde dónde nos referimos al pasado”). Sin embargo aquí los autores exigen definiciones que ellos mismos no ofrecen en sus discursos.

Está muy claro donde se ubica Romero: en la oposición total y frontal al proyecto kirchnerista. En cambio, no es tan evidente donde se ubican quienes lo critican, cómodos dentro de las seguras fronteras de la corrección política y la ambigüedad que ofrece la chapa de “historiadores”. En este caso más cerca del eufemismo que de la definición profesional. Esto se refuerza al esgrimir representaciones que no poseen (“Los historiadores sabemos que…”) en nombre de una comunidad que se ha caracterizado más por la pluralidad de voces y la manifestación de sus diferencias que por la semejanza y homogeneidad.

En síntesis, revisadas algunas de las argumentaciones pareciera que centrar la crítica en determinadas formas (la cercanía temporal con los hechos analizados, su formato no especializado y su falta de objetividad) emparenta a los firmantes con las tradiciones más conservadoras y arcaicas de la disciplina histórica.

Esta clase de crítica, a su vez, ignora que la intervención intelectual es más valiosa cuando –a cara descubierta y no en patota- plantea opiniones divergentes a los sentidos predominantes y a los lugares comunes propiciados desde estructuras estatales.

Por el contrario, los firmantes -en vez de mostrar abiertamente las posiciones políticas que adoptan- practican una especie de kirchnerismo vergonzante o de baja intensidad. No sea que deban jugarse publica y abiertamente por su discurso. La habilidad para ser "duros críticos" de la academia, sus métodos de selección y reparto de incentivos al mismo tiempo que beneficiarse de ellos sin pruritos, ha sido una constante y esto también se aplicó a la estructura del Estado.

En general, esta es una actitud muy extendida en gran parte de los grupos que han optado por una adhesión –más o menos acrítica- al discurso emanado desde el poder político. Y han sido exitosos ya que su ambiguedad no los ha privado de obtener los beneficios de la cercanía con el poder.

Por el contrario, se ha traducido en su incorporación a espacios del Estado ligados con la producción de las legitimidades necesarias para el ejercicio del poder. Así, muchos de ellos ocupan importantes cargos públicos, recibieron subsidios, coordinan espacios de gestión de segundas líneas en ministerios, producen distintos contenidos para la TV pública, Canal Encuentro etc.

El discurso del grupo de historiadores pretendidamente crítico, pero realmente conservador, muestra la dificultad existente para posicionarse frente al lugar y el discurso enunciado desde el Estado. Más allá de coincidencias coyunturales, los intelectuales deberían mantener una actitud crítica frente al poder, aun cuando éste retome algunas ideas que le son caras a sus propias tradiciones, sobre todo, cuando éste retoma algunas ideas que le son caras a sus propias tradiciones.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Un Cristo invertido

Sin dudas Néstor Kirchner representó fielmente a una porción importante de la población aunque –a pesar de las ficciones de unanimidad tan caras a los partidos movimientistas argentinos- los seguidores del ex presidente lejos estuvieron de constituirse en una mayoría estable.

Frente a ejemplos de líderes imbatibles en las urnas como Yrigoyen o Perón, el único indicador duro con respecto a Kirchner es que jamás pudo ganar una elección fuera de su patria chica, Santa Cruz (denominación más que apropiada para enmarcar los argumentos que expondré a continuación).

¿Cómo explicar entonces la influencia que el ex presidente alcanzó en amplios sectores que no necesariamente lo acompañaron en sus aventuras electorales?

Néstor Kirchner sostuvo su liderazgo en una suma de iniciativas políticas y económicas (la renovación de la Corte, la política de DD.HH., la renegociación de la deuda etc.) combinadas con un sentido patrimonialista del Estado que encontró en el PJ el mejor instrumento para la reconstitución del poder en un país que salía como podía de la crisis del 2001.

Pero no fue sólo la política. Como en una suerte de relato bíblico, Néstor Kirchner construyó el cemento de su ascendiente social ofreciendo a sus seguidores una absolución automática por los errores pasados. Repitió –una y otra vez- que los argentinos no habíamos sido responsables de la violencia de los setenta, ni del neoliberalismo de los noventa, ni del desbarajuste del 2001. Nada de eso fue producto de nuestras malas decisiones y miserias como sociedad, sino el fruto de una conspiración de actores externos (el FMI primero) y sus malvados representantes en nuestro país.

Esa forma de indulgencia -eludiendo aprendizajes y autocríticas- resultó ser, nuevamente, el camino elegido para poder seguir adelante, libres de viejos pecados y prestos para volver a cometer los mismos errores que nos condenan a esta suerte de eterna repetición que es la vida política del país.

A diferencia del Cristo original, Néstor Kirchner no cargó con nuestros pecados para pagar por ellos. Por el contrario, esa operación de redención colectiva fue una estrategia necesaria para ser –al mismo tiempo- él mismo el verdadero objeto de perdón. Como todos los caudillos provinciales –y él fue uno de sus más altos exponentes- poseía un pasado contradictorio, incluso impropio, para el nuevo discurso que deseaba imponerle al Estado bajo su mando.

Por ello Kirchner hizo de la interpelación del pasado el motor simbólico de su poder. La salida de la crisis no estaba en elaborar políticas en pos de un futuro que –como todo futuro- debía ser necesariamente incierto. Las sociedades golpeadas y empobrecidas odian la incertidumbre. Por eso la receta kirchnerista fue simple y exitosa: convocar al pasado y hacerlo presente para –ilusamente- intentar cambiar el rumbo de los acontecimientos que nos llevaron a los sucesivos fracasos. Buscar en la repetición, en la certeza de lo conocido, una imposible segunda oportunidad.

Así el discurso kirchnerista propuso rescribir el pasado para que cada uno pudiera elegir que lugar querría ocupar en él. Y esto logró la entusiasta adhesión de importantes actores sociales: De este modo actrices de opereta devinieron en luchadoras sociales; oscuros testaferros en prósperos financistas; jugadores y dirigentes deportivos -socios (y cómplices) de todos los gobiernos- se convirtieron en personajes transgresores; guionistas teatrales y de TV en historiadores profesionales y panelistas de programas de chismes y relatores de fútbol en finos intelectuales.

Madres de la plaza se transformaron en exitosas empresarias inmobiliarias y exitosos empresarios inmobiliarios durante la dictadura se convirtieron en héroes de la resistencia contra los militares. Por supuesto, burócratas sindicales, intendentes eternos y políticos de lista sábana (menemista, duhaldista o la que sea) pudieron gritar sin vergüenzas su adhesión total a la renovación de la política. Como en aquellos libros infantiles (“Elige tu propia aventura”) por medio de este pacto que los unió con el líder, todos ellos pudieron elegir nuevamente que papel jugar en la historia (por ende, en el presente) del país.

La negación de la realidad parece ser una marca registrada de la historia argentina. Esto se observa en forma colectiva e individual también. Ignorar el castigo propinado al propio cuerpo lejos está del martirio milenarista o la crucifixión heroica para convertirse en el punto más extremo de la enajenación.

lunes, 18 de octubre de 2010

De populistas y populismos (Reflexiones a partir de los sucesos ocurridos en Ecuador)

El intento de golpe de Estado perpetrado días atrás en Ecuador debe llevar a realizar algunas reflexiones. Estas reflexiones, necesariamente, debían ser posteriores a los hechos ya que, mientras estos se están desarrollando, solo hay lugar para exigir la inmediata vuelta del orden constitucional.

Ahora bien, pasados los tiros y las sobreactuaciones, es preciso pensar críticamente porqué ocurren estas cosas en Venezuela, Ecuador y Honduras (y no en Brasil, Uruguay y Chile). Argentina también podría incluirse en este último grupo aunque es notorio que los K desearían que les ocurriera algo como lo acontecido en Ecuador. Les encantaría encarnar un nuevo día de la lealtad y confirmar así las fantasías destituyentes.

En busca de la victimización que los perpetúe en el poder, han tratado de convertir a la Mesa de Enlace, la prensa, la oposición y ahora a la Corte, en la reencarnación misma de los golpistas del pasado. Sin embargo, para desgracia de los K, estos intentos no han logrado recordarnos la espectacularidad de militares en uniformes verde oliva, con la cara pintada y disparando a mansalva.

Es importante remarcar que, en ninguno de los países con problemas de estabilidad política se han producido cambios estructurales en la distribución del poder y de la economía, mucho menos, soviets, democracia directa o algún novedoso mecanismo de decisionismo masivo. La reducción de la pobreza –que en algunos casos efectivamente ha existido- no puede considerarse como un proceso revolucionario en si mismo (si así fuera todos en América Latina serían hoy gobernantes revolucionarios, hasta el mismo Uribe) sobre todo, cuando persiste o ha aumentado, la desigualdad.

Sin dudas, la única revolución que han realizado estos líderes ha sido en el plano de lo discursivo, lo cual, debe admitirse, no es una cuestión menor. Flavia Freidenberg, ha escrito un excelente libro sobre el populismo y los populistas en América Latina. Lejos de la tendencia celebratoria de nuestros caudillos posmodernos por parte de lucidos publicistas como Laclau y su consorte, Freidenberg busca una aproximación explicativa en formato comparativo definiendo al populismo –centralmente- como un estilo de liderazgo.

Este liderazgo populista posee algunas características comunes que unen experimentos sociales y liderazgos políticos muy distintos -en tiempo y espacio- y también en ideas y acciones. Estos populistas construyen una relación directa, personalista y paternalista con sus seguidores, donde el líder no reconoce mediaciones organizativas o institucionales en su accionar. El líder habla en nombre del pueblo y potencia discursivamente la oposición de éste con “los otros”, a quienes acusa de las frustraciones que el país ha venido sufriendo hasta su llegada reveladora.

A la vez, sus seguidores están convencidos de las cualidades extraordinarias del líder y creen que gracias a ellas y –por supuesto, por el intercambio clientelar (material y simbólico)- conseguirán mejorar su situación personal y la de su entorno directo. El trabajo de Freidenberg logra presentar una radiografía precisa de los populismos, desde aquellos tempranos, de las primeras décadas del siglo XX hasta los de nuestros días, pasando por los clásicos (Perón, Vargas etc.) y los neo populismos (Menem, Fujimori).

Analizando los liderazgos actuales se puede observar que –a diferencia de los neopopulistas de los noventa- han retomado un accionar propio de los populismos clásicos. Esto es, construir un discurso legitimador de su poder en términos identitarios y escencialistas. Y esto se aplica en forma radical, es "ellos" o "nosotros".

Al mismo tiempo que azuzan las identidades en conflicto, destruyen todo tipo de institucionalidad formal –incluso dentro de sus partidos- con cierta capacidad de accountability vertical. Los líderes carismáticos consideran cualquier institución republicana destinada al control o limitación del poder un freno a los intereses del pueblo y de la verdad histórica (que, obviamente, ellos encarnan).

Sin embargo se enfrentan a un dilema difícil de solucionar. Al convocar a sus partidarios a un combate cruzado contra un enemigo con el que se cuestionan sus propias identidades, el resultado debe ser necesariamente, matar o morir, ya que nadie negocia partes de su propia existencia o identidad. Por esto mismo resulta difícil que quien pierda reconozca amigablemente su derrota (esto implicaría cuestionar su propia existencia).

Los grupos que se enfrentan al poder se sienten en desventaja frente al uso arbitrario –cuando no ilegal- del Estado como herramienta política en su contra (cambio de reglas electorales o fraude, reelecciones indefinidas, financiamiento ilegal de la política, presión sobre la justicia y la prensa, corrupción etc.). Así, comienzan a plantearse otras formas de cambiar al gobierno que no son las legales ni las legítimas (las elecciones) y vemos espectaculos como los ofrecidos por los policias ecuatorianos, los militares hondureños o los empresarios venezolanos de Fedecamaras.

Paradójicamente, los líderes populistas como Correa, Zelaya y Chávez son presas de su “éxito”: Al haber destruido toda institucionalidad formal, no existe un espacio para procesar los conflictos y menos para resolverlos con la aceptación de los actores que confrontan. El enfrentamiento directo parece entonces la única salida para dirimir efectivamente quien gana y quien pierde. Ahí nuestros carismáticos líderes descubren que las insituciones que desmontaron para no ser controlados eran necesarias también para legitimarlos, defenderlos y dotar de estabilidad al sistema.

Eso lo aprendió -tardíamente- pero muy bien aprendido, el mismo General Perón. En los 70 intentó apostar a un bipartidismo cooperativo, a un acuerdo social con obreros y empresarios y dejo de lado sus enfrentamientos con la Iglesia y los medios de comunicación que habían caracterizado su primera presidencia. Sus herederos no entendieron la lección y así nos fue.

En Argentina la renovada independencia de la Corte Suprema es una buena noticia ya que sin ella apenas quedaba una sóla institución que era reconocida como espacio legitimo para darle solución pacífica al enfrentamiento político: las elecciones. Conociendo la historia K (testimoniales, colectoras, fraudes, clientelismo, valijas viajeras etc.) no es aventurado pensar que es muy poco para conducir sin sobresaltos al recambio presidencial del 2011.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Historia reciente y poder en la Argentina (Una respuesta a Federico Lorenz)

En el anteúltimo número de la Revista Contraeditorial, el historiador Federico Lorenz presentó un análisis crítico sobre la posición que Beatriz Sarlo adoptó en su debate con Horacio González, básicamente, relacionada con las formas, causas y resultados de la masiva movilización que acompañó los festejos oficiales del Bicentenario. En este artículo Lorenz deja varias puertas abiertas para el debate de las que me gustaría retomar algunas.

En los últimos años, al calor del cambio discursivo que produjo el Estado argentino con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia –en temas claves como DD.HH. o el rol del Estado en la economía- importantes grupos de intelectuales comenzaron a reflexionar y debatir sobre los tiempos actuales, inmediatos, confluyendo con el discurso estatal en la consideración de la etapa abierta a partir del año 2003 como un quiebre en la historia reciente del país.

La activa presencia del discurso estatal en la esfera pública sirvió como base para que estas pretensiones no quedaran en una mera expresión de deseos. La voz del Estado no solo implica la producción de imágenes y símbolos -como bajar el cuadro de Videla del Colegio Militar- también posee su equivalente político/práctico, lo que en otras épocas podría haberse llamado los aparatos ideológicos del Estado.

Por ejemplo, programas en los ministerios, subsidios cinematográficos, presupuestos para becas de investigación, medios oficiales, publicidad oficial, cuantiosos fondos para secretarias de DD.HH. y organizaciones sociales adictas, promoción de determinados artistas etc. Toda una serie de recursos que se vuelcan hacia un lugar u otro –hacia unas personas u otras- en función de su coincidencia con los postulados que el Estado enuncia.

Frente a esta operación desde el poder, la intelectualidad –sobre todo la universitaria - ha encontrado un desafío al que le ha sido complicado responder. ¿Qué actitud tomar ante un Estado que enuncia discursivamente –aunque no necesariamente en la práctica- lo que muchos sectores progresistas piensan? ¿Cómo plantarse ante un discurso emanado desde el poder que retoma muchas de las caracterizaciones sostenidas por los organismos de DD.HH. y quienes se resistieron a las políticas de “reconciliación” y ajuste de los años noventa?

En general una gran parte de estos grupos (por ejemplo Carta Abierta) han optado por una adhesión –más o menos acrítica- al discurso del Estado. Esto se ha traducido en su incorporación a los espacios del Estado ligados con la producción de las legitimidades necesarias para el ejercicio del poder. Así, muchos de ellos ocupan importantes cargos públicos, coordinan espacios de gestión de segundas líneas en ministerios, producen distintos contenidos para la TV pública, etc.

Sin embargo, esta posición funcional a las necesidades del poder, no ha sido admitida abiertamente. Se podría decir que –con algunas excepciones como Ricardo Foster, Horacio González o Edgardo Mocca- ha predominado lo que se podría denominar un kirchnerismo de baja intensidad.

Esta ambigüedad política les permitió abrirse camino en los espacios estatales (y sus recursos), pero eludiendo el compromiso directo. De todos modos, resulta claro que gran parte del discurso emanado desde el Estado es construido y legitimado socialmente por estos sectores intelectuales más allá que ellos no se hagan cargo abiertamente de esta situación.

Volviendo a la discusión provocada por la intervención de Beatríz Sarlo en TN, en ella se observa que la ensayista toma una clara posición contraria al discurso emanado desde el poder. En cambio, la posición de Lorenz (y su respuesta) es difusa –cuando no confusa- y tiende a eludir la crítica política al gobierno enmascarándola en conceptos ambiguos (y poco apropiados para análisis sociales), como “alegría” o “fiesta”.

Es difícil conceptualizar la idea de “alegría” o “fiesta” para debatir acerca de ellas. La construcción y definición de conceptos es importante porque permiten comunicar a quienes discuten. Conceptos que incluyen la carga de subjetividad que poseen los mencionados, impiden debatirlos. Pero esto no es casual. La “alegría” y la “fiesta” de Lorenz son un eufemismo que evita nombrar la palabra maldita: el nacionalismo.

Haciendo este simple cambio -“alegría/fiesta” por nacionalismo- la crítica de Sarlo aparece más que acertada. Se refiere, no al supuesto estado de ánimo de la población, circunstancia difícil de mensurar, sino al uso del nacionalismo como herramienta de movilización y como constructor de legitimidades estatales.

Como bien lo grafica con los ejemplos utilizados (Mundial 78-Malvinas), esto ha servido a lo largo de la historia reciente de nuestro país (y en muchos otros por supuesto), como una herramienta que –lejos de aportar a la construcción de sociedades más justas- ha colaborado en consolidar la dominación de los sectores más poderosos, acallando las disidencias y fortaleciendo el control del Estado sobre la sociedad civil.

En este punto Sarlo adopta una perspectiva crítica en la construcción histórica del poder al mismo tiempo que Lorenz -a pesar de los artificios linguistico- renuncia a esto. Lorenz pone el énfasis en la importancia de los supuestos estados de ánimo populares como elementos fundantes de ordenes políticos más justos (“la alegría también puede ser partera de la historia”).

Esta operación discursiva se acerca a las ideas más vetustas del populismo clásico, fundadas en la supuesta “felicidad” popular como objetivo organizador de la sociedad. Esto se encuentra en abierta contraposición con las ideas más progresistas referidas a una ciudadanía sostenida en el respeto a la ley como base de la igualdad social. Esto se refuerza cuando Lorenz menciona despectivamente a “quienes han estado demasiado ocupados en consolidar las instituciones desde 1984”, como si esto fuera una tarea menor en la construcción de un régimen democrático.

Las ideas de “alegría” y “fiesta” entonces no son originales ni pertenecen con exclusividad al kirchnerismo ni a sus publicistas. Haciendo una revisión rápida se puede recordar la apelación a la “Fiesta de todos” para describir la algarabía que supuso la obtención de la copa de futbol en 1978 o la campaña menemista “Vuelve la alegría” (incluso para los chicos ricos que tienen tristeza) o, por la negativa, con el recordado “dicen que soy aburrido”.

La confusión en el discurso de Lorenz muestra la dificultad para posicionarse frente al lugar y el discurso del Estado. Más allá de coincidencias, más o menos coyunturales, los intelectuales deberían mantener una actitud crítica frente al poder, aun cuando este retome algunas ideas que le son caras a sus propias tradiciones, sobre todo, cuando éste retoma algunas ideas que le son caras a sus propias tradiciones.

lunes, 6 de septiembre de 2010

A Bola Brasil: Campeões que não vêm o trófeu

A Bola Brasil: Campeões que não vêm o trófeu: "Outro dia estava assistindo à TV quando um programa chamou aminha atenção: O Sem Barreiras, do canal SporTV. Um programa que fala sobre aspe..."

viernes, 16 de julio de 2010

En defensa de Holanda

No me gusta la correción política. La existencia de este blog es una prueba de ello. Sin embargo, no toda la correción política que nos rodea es de la misma calaña. Algo peor que la corrección política que se observa en medios de comunicación, en el mundo del arte y entre políticos e intelectuales, es la aplicada en el futbol. Me refiero particularmente a los periodistas deportivos que se especializan en quedar bien, en trabajar permanentemente su imagen con comentarios justos, equilibrados, pluralistas y que hacen esfuerzos por encontrar siempre la frase justa que los coloque en el podio de los campeones morales.

Ellos me parecen lo más insoportable del ambiente futbolístico, aun más que los que hacen de malos. Ellos no, ellos trabajan de buenos. Les pagan sus sueldos los malos (comparten estudio con bufarrones y empleados de Grondona), pero ellos son buenos, independientes, libres y guiados por el espíritu de Dante Panzeri (del que poseen el franchising exclusivo y todos sus libros, bien acomodados en la biblioteca junto a las obras completas de Sócrates).

Víctor Hugo (si, el de los miserables) el ruso Verea, Varsky, Bonadeo y sus paquitas de Despertate, todos los de TN -sobre todo Sergio Gendler- y el panelista de programas de chismes de la farándula Chavo Fucks. También incluyo en este colectivo a los seudoperiodistas de Canal 7. Estos últimos, curiosamente, coincidían en un todo con sus rivales de la TV privada y en especial los del vituperado monopolio. Entre ellos, debo mencionar a Diego Latorre, quien abandonó la dirección del cabaret bostero por la filipina moralista. Y que decir de Pagani, habitante de todos los lugares comunes que existieron, existen y existirán en el periodismo deportivo.

Como dice mi amigo Pancho, en cada una de sus intervenciones empieza como Alain Touraine y termina como Sanfilipo. Eso si, si pones 3 delanteros, y “hacemos la nuestra” firma lo que venga. Sin duda, Pagani es el Aldo Ferrer del futbol.

La cosa es que todos a la vez, se la han agarrado con el equipo holandés, a quien llenaron de críticas por su desempeño frente al ahora campeón España. Los argumentos fueron variados, pero hay uno en que todos coincidieron. Holanda traicionó. Abandonó su esencia. Cambio. No hizo lo que siempre hacía. No hizo fulbito o jogo bonito o naranja mecánica. Holanda cometió un pecado imperdonable para los hijos putativos del menottismo (sin Menotti): marcó, se defendió, puso, pegó y pegó, incluso, hasta desleal y descalificadoramente.

Al momento de arribar la selección holandesa a Ámsterdam tuvo una recepción sin público. Esto llevó a nuestros inquisidores futbolísticos a aventurar que el pueblo holandés estaba poco movilizado porque la selección perdió jugando un estilo que no es el de ellos. La falta de calor popular es el indicador más importante en la teoría de la corrección política. Mientras los nuestros murieron con las botas puestas y por ello fueron recibidos por miles de personas, los pobres holandeses -solos y tristes en el aeropuerto de Shiphol- pagaban la herejía cometida y el olvido a las tradiciones prescriptas por San Cruyff, patrono de las finales perdidas, con la indiferencia popular.

Sin embargo, lejos estaba de suceder lo deseado por la logia de la corrección futbolera. El recibimiento popular para los jugadores holandeses –magníficamente realizado en los canales de la ciudad- estaba previsto para el día siguiente y fue realmente organizado, masivo y –sobre todo- elegante.

Pues bien, El Explicacionista va a defender a Holanda. La incorrección política no paga, pero alguien tiene que hacerlo. La acusación sobre el equipo holandés se sostiene en una máxima argentina (no en la bella Zorroguieta): cambiar está mal. El cambio es una traición en si misma. Se debe insistir aunque la realidad muestre que el camino es incorrecto. La coherencia es insistencia en el error. Eso es morir con la nuestra. Eso es así en la política, en la música, en la literatura y también en la política. Típico. “Yo lo seguía cuando no era nadie, pero ahora cambió, se vendió”. “Ese hace 20 años era radical y ahora se hizo peronista”.

Yo defiendo el cambio. Incluso el cambio brusco. Como dice Javier Marías, mientras se pueda ver el trayecto, entender el motivo, el cambio no es un estigma, por el contrario, es algo positivo.

En mi opinión la cosa fue así. Holanda evaluó – humildemente considero que, en forma acertada- que haciendo su juego habitual no tenía chance de ganar el partido. Jugando de igual a igual, en un estilo abierto y ofensivo, España era indudablemente superior. Por lo tanto, era necesario plantear un esquema distinto, que corte el circuito de creación española y los desmoralice. Así como digo que los españoles son talentosos, hay que reconocer que también son un poco gélidos de carácter, por no decir pecho fríos.

La personalidad del arbitro, la localía, el clima, el estado de la cancha, la presión de la prensa etc., también son elementos que debe prever una buena táctica y estrategia. Por ejemplo, tener una lista con referencias sobre el lugar donde patean los penales los jugadores rivales, para el caso de una definición desde los 11 pasos. Eso no es reglamentario, pero puede darte el paso a la semifinal de un mundial, como todos recordamos en el 2006.

Es decir, cuando un cuerpo técnico prepara una estrategia para sus jugadores también debe tener en cuenta cuestiones que no son las estrictamente incluidas en el reglamento pero, que en determinadas circunstancias, pueden ser decisivas para el desarrollo del juego.

Cualquier juego se compone también de las cosas no permitidas. Las faltas son también parte del juego. El adelantamiento de la barrera o del arquero en el penal, las simulaciones (la mano de Dios) etc., también están incluidas en la práctica del fútbol o de cualquier deporte. Uno podrá pensar lo que quiera de estas maniobras, pero están previstas en el reglamento. Al ser nombradas en la legislación que regula la práctica del deporte, la FIFA las reconoce, existen. Podríamos decir –tomando el ejemplo presentado por los sociólogos March y Olsen- que el juego se compone de reglas formales e informales y que quien quiera ganar el partido, debe recurrir a una exacta combinación de ambas.

Además, el reglamento del futbol no es la Biblia. No tiene contenidos morales ni prescripciones conductuales vinculadas al deber ser. Simplemente, estipula que cosas se pueden hacer y cuales no y que beneficios y castigos deben recibir quienes recurran a unas u otras. Y los jugadores eligen –constantemente- entre ellas, tratando de obtener los beneficios y evadir los costos que cada elección implica. A veces lo logran (la mano de Dios, a veces no (el doping del 94).

Los holandeses contaban que muy probablemente el arbitro querría terminar la final con 22 jugadores en la cancha y estaría remiso a expulsar. Además, también sabían que era inglés, y que el juego en esa liga es mucho más fuerte y brusco que en otros países. También podía asumirse que estaría abrumado por la responsabilidad y las fuertes críticas que venía sufriendo el arbitraje en todo el certamen. Por ello, apenas comenzado el partido lo probaron haciendo faltas fuertes para observar su respuesta frente a ellas. Los holandeses actuaban como una computadora, absorbiendo información para poder desarrollar más eficientemente su estrategia.

Así fueron cortando el juego y limando el ánimo de los españoles hasta el punto de anularlos y casi derrotarlos con dos “mano a mano” imperdibles (como el de Caniggia frente a los brasileños en el 90) y que Robben definió como la tía de mi amigo Gustavo. Si contamos las jugadas de real riesgo durante el partido, Holanda ciertamente tuvo más que España.

Pero al tomar estos riesgos y errar en sus oportunidades, hay que contar con que el margen de error es grande y Holanda lo pagó con la correcta expulsión de Haitinga y a partir de ahí, España recuperó la presencia y definió el partido.

Holanda fue flexible (cambio de un partido a otro su táctica); ordenado y disciplinado (todos los jugadores estaban convencidos en la cancha de ese cambio); eficiente (anuló a España durante –al menos-105 minutos-) pero falló al no aprovechar sus ocasiones. Es decir, acertó en lo más difícil (el cambio de estilo de juego) y falló en lo que mejor hace (la definición por parte de sus hábiles delanteros).

España fue un justo ganador y Holanda debe ser felicitada por la capacidad estratégica, táctica y la forma en que sus jugadores se aplicaron al objetivo común, aunque esto afeara sus producciones y pergaminos individuales. Pero para nuestros amigos políticamente correctos, la táctica no es nada, morir con las botas puestas es todo. La táctica es la jactancia de los intelectuales.

sábado, 10 de julio de 2010

Sudáfrica 2010, lo que mal anda, mal acaba

Se terminó el mundial y, como todo proceso que finaliza, parece un buen momento para analizar sus resultados. De este modo será posible iniciar una nueva etapa con alguna enseñanza que nos ayude a mejorar lo hecho en la etapa anterior. Sobre todo, cuando –más allá del exitismo reinante- existe la percepción generalizada que se podría haber conseguido un poco más de lo finalmente obtenido.

Mi análisis no apunta a lo futbolístico en términos estrictos. De todos modos no es desubicado aventurar que –comparando uno a uno a los jugadores seleccionados- Argentina no tenía peor equipo que Holanda, Uruguay o Alemania. Ni siquiera al de España, seguramente el más talentoso de todos.

Pero el futbol no es el tenis ni el golf. Es, escencialmente, un deporte colectivo. Además, las principales falencias de la selección de futbol no fueron personales, por el contrario, contaba con excelentes individualidades. Se trataba entonces –nada más ni nada menos- de hacer que la acción común del equipo potencie aun más las habilidades de cada uno de los jugadores, sobre todo, los más talentosos. Al mismo tiempo debía apuntarse a que el funcionamiento grupal redujera -al menos disimulara- las carencias técnicas que mostraban muchos de los jugadores, sobre todo, los ligados a la tarea defensiva.

Ese era -desde el inicio- el desafío y la tarea fundamental del DT, más allá de acertar en la convocatoria de jugadores, los cambios y la estrategia del medio campo.

¿Cuál fue el resultado empíricamente observable? El cuerpo técnico no logró conformar un equipo. Por el contrario, su tarea disminuyó la productividad que los actores mostraban en sus respectivas ligas. No solo no se sumó el valor de las partes, además, se restó. ¿Ejemplos inversos? Uruguay, Chile, Paraguay, Japón.

¿Debe seguir Maradona? No parece probable que el astro del individualismo metodológico (recordemos como fueron los dos goles frente a los ingleses) logre en el futuro convertirse en el formador de un grupo de las características mencionadas. Y este es un aspecto clave para tomar la decisión. Como dije anteriomente, si se comparara uno a uno a los jugadores argentinos con los de los equipos que jugaron las semifinales el resultado no sería desfavorable para los albicelestes. Ahora, si comparáramos uno a uno los cuerpos técnicos…..

Como casi todo lo que nos viene ocurriendo como país en los últimos 60 años, nos enfrentamos a un problema de organización y acción colectiva. La acción colectiva, en definitiva, es un proceso por el cual se trata de coordinar un grupo de personas diferentes con intereses diversos en pos de un objetivo que los satisfaga a todos. Y los procesos, por definición, transcurren en forma continua y relacionada de principio a fin. Esto implica que, si algo se hace mal a cada paso dado, es difícil que el resultado final sea el esperado. Esto vale para un matrimonio, la crianza de un hijo, para armar una carrera profesional, estudios universitarios o para mantener una casa en buen estado.

Durante los golpes militares –sobre todo el último- y muy especialmente en la década de 1990, debimos aprender que no sólo importa hacer cosas que parecen importantes para avanzar y estar mejor. También importa cómo se hacen esas cosas. Ambas son dos caras de la misma moneda.

Con Menem escuchamos que el Estado debía ser reformado y que podría ser eficiente y vinculado al mundo. Parecía un objetivo razonable. Pero al final observamos (aunque no aprendimos) que la forma en que se completó aquel proceso de privatizaciones influyó en la calidad del objetivo logrado.

Bajo esta perspectiva Duhalde hizo lo mismo. La pesificación asimétrica se basó de la creencia de que las formas molestan y se pueden modificar a cada paso del proceso. Y Néstor y CFK repiten lo mismo. No importa como hacer el análisis genético a los Noble, hay que hacerlo como sea (así salió). No importa como hacer el canje de la deuda, ni como estatizar AA o las AFJP, ni como llevar adelante el fútbol y combatir los monopolios de prensa.

El ADN populista es el mismo, más allá de los actores que lo representen en cada momento. Sin embargo, para ser efectiva, esta operación de oligofrenia colectiva necesita una vuelta más. La incapacidad de reflexionar sobre lo que pasó, culpar a otros, negar la realidad y reafirmarnos en nuestro propio excepcionalismo. Finalmente, poner todo en la próxima vuelta, tirar la pelota hacia adelante y comenzar el círculo ilusión – proceso mal avenido - malos resultados parciales – insistencia en el error – pico de expectativa – objetivos finales no cumplidos - desilusión – señalar al culpable – nueva ilusión y de vuelta a empezar.

Maradona no había tenido buenas experiencias como DT antes de la selección. En esta ocasión se peleó con Bilardo, con Lemme, con Grondona, con los medios (LTA), con Riquelme, Basile (h), armó el escándalo de Ruggeri y probó irregularmente a más 100 jugadores. Así clasificó de pedo, perdió 6 a 1 con Bolivia, cambió radicalmente la estrategia 5 días antes del mundial y llevó jugadores que casi no había probado anteriormente (y también a la inversa). Una vez en el mundial, puso jugadores fuera de su puesto, manejó mal al grupo y encima le tocó un fixture difícil.

Por imprevisión de la organización del futbol argentino casi no se encuentra avión para llegar a tiempo a Sudáfrica, se cambió de DT en medio de las eliminatorias, se jugó amistosos con equipos menos que menores (Haití y Canadá) y además, se armó el lío de los barras. Como siempre, no hubo lineas de continuidad con procesos anteriores.

Así era difícil salir campeones. La única chance era un revoleo del destino, un poco de suerte y una mano del supremo. Eso ya nos ocurrió, pero pasa cada 50 años (el de abajo también juega). Lo bueno es que ya van casi 30 desde la última vez y la posibilidad de un tiro de suerte aumenta. Aunque por ahora, solo hemos recibido el tiro de gracia.

sábado, 19 de junio de 2010

Crónicas desde Japón (III). Hiroshima mon amour

"Los japoneses comenzaron la guerra desde el aire en Pearl Harbor.
Ahora les hemos devuelto el golpe multiplicado". Harry Truman. Presidente de EE.UU.

De pocas cosas estaba seguro antes de iniciar el viaje a Japón. Ir a Hiroshima era una de ellas. Múltiples razones –la mayoría obvias- sostenían esta decisión. Sin embargo hay una que no es tan obvia para quienes no me conocen y estaba basada en mi propio interés profesional como historiador. Parte de las cosas que trabajo en esta disciplina tienen que ver con el pasado reciente y su lugar en la vida social. Eso mismo me llevó años atrás a visitar la también mítica Guernica, en España (o en el País Vasco según a quien le preguntes).

En Hiroshima, como en Guernica anteriormente, me interesaba observar en vivo y en directo como una ciudad devastada se había reconstruido y que lugar había habido en ello para la memoria y el pasado. Buscaba averiguar de que modo los japoneses de Hiroshima habían “procesado” su terrible historia y cómo se relacionaba con el presente y sus vidas cotidianas. Y, por supuesto, que lugar ocupaba eso en el espacio público y en el debate político.

Debo aclarar que aprehender toda esa información requeriría una estancia de al menos un mes en la ciudad, lo cual contrastaba con las escasas horas que yo tenía. Por lo tanto, lo que puedo ofrecerles son impresiones no sustentadas en pruebas sistemáticas y sostenidas en mis intuiciones y observaciones superficiales.

Es difícil saber que se espera ver al llegar a estos espacios íconos de la destrucción y la tragedia. Qué cuestiones imaginarias están presentes en el visitante antes de arribar a lo que alguna vez fue el escenario de la tragedia. Supongo que en -cierta parte de mi imaginación- esperaba ver el pasado hecho presente. Espacios destruidos, victimas o sus familiares, personas con rastros físicos de la radiación, al menos alguna presencia vívida del paso del Enola Gay (nombre de la madre del militar que piloteaba el avión) por la ciudad.

El resultado fue todo lo opuesto. Lo mismo ocurrió exactamente cuando llegué a Guernica: Cierta desilusión aparece cuando la ciudad que se levanta ante la vista no es un museo viviente y no sostiene su cotianidada en el pasado. Hiroshima es una urbe moderna, con una vida normal, plena de personas que viven en sus asuntos, automóviles por todos lados, comercios, edificios etc.

Sin embargo, y a diferencia de lo que recuerdo de la ciudad vasca asolada por los aviones del tercer reich, en Hiroshima hay un espacio grande y definido relacionado con el hecho. Se encuentra dedicado a preservar la memoria sobre lo ocurrido y a trabajarlo hacia adelante, sobre todo, en función de la prevención del uso de armas nucleares. Es una tradición que luego que toma estado público que un país detonó un artefacto nuclear, el alcalde de Hiroshima envía un mensaje repudiándolo.

El Centro por la paz de Hiroshima es un complejo que contiene diversos monumentos y un edificio que alberga al centro y al museo. Sobrio. Esa es la palabra exacta para describirlo. Quizás también un poco frío y gris. Hay un monumento a los niños, un edificio que muestra el estado en que quedó luego de la explosión, un cenotafio para las víctimas, carteles explicativos y mucho verde. Allí mismo se realizan anualmente los actos conmemorativos.

Todo el complejo se encuentra en el epicentro donde estalló la bomba. Tres datos que no conocía son: El primero, que la bomba explotó 600 metros del suelo. De ese modo se buscó ampliar el radio destructivo del artefacto. Segundo, que la ciudad de Hiroshima, como la de Nagasaki y las otras que fueron “preseleccionadas” como posibles blancos, no fueron bombardeadas durante la guerra. Se buscaba así una perversa preservación para luego mensurar fehacientemente cual era el poder destructivo de la bomba atómica. En tercer lugar, entre los muertos, además de estudiantes de intercambio de toda Asia y prisioneros norteamericanos, también hubo miles de trabajadores forzados coreanos destinados a la producción militar (casi el 10% de los muertos). Los japoneses no ocultan sus propios pecados para victimizarse.

El museo es muy básico y didáctico. Poca metáfora y sofisticación tecnológica. Sin embargo eso no le quita eficiencia en su cometido. Reconstruye la vida y la ciudad antes y después de la bomba. Muestra los efectos sobre el terreno, las personas y la cultura.

Explica el funcionamiento mecanico y físico de la bomba, presenta testimonios de ssobreviviventes y –en forma permanente- alerta y condena el uso de armas nucleares por parte de los países poseedores de dicha tecnología. Las pocas fotos de los momentos subsiguientes a la explosión son impactantes.

El ejercicio de ponerse mentalmente en ese lugar y en aquel momento de violencia, pero también de perplejidad, de no entender la magnitud del suceso, es bastante turbante. Esto se acrecienta cuando la imaginación pasa a ser real imaginando la bomba en manos de militares pakistaníes e iraníes. Aparecen así algunos escalofríos que mandan al demonio las correcciones políticas y el multiculturalismo y la necesidad de alternativas geopolíticas. También es cierto que -por ahora- la estadística dice que sólo los norteamericanos la usaron contra poblaciones civiles.

Las conclusiones que saco de la visita a Hiroshima (y que me permiten también cerrar el círculo que inicié con la de Guernica) es que se han convertido en conceptos que permiten trasmitir una historia y un legado que no podría sintetizarse con ninguna otra sola palabra que no sea el nombre propio del lugar donde aquello ocurrió.

Hiroshima es el concepto, no es la ciudad de Hiroshima. El concepto “Hiroshima” ni siquiera pertenece a los habitantes actuales de la ciudad. Para comprender lo que significa no hace falta visitar la ciudad. Es más, ir a Hiroshima no aumenta ni profundiza el conocimiento sobre los hechos que la tuvieron de trágica protagonista. El viaje a la tierra hoy conocida como Hiroshima tampoco ayuda a saber más sobre el poder, la guerra y menos sobre las zonas oscuras del alma humana.

Para escenificar el concepto habría que detener el tiempo, dejar todo como estaba entonces u ofrecer espectáculos sound and vision que degradarían el tratamiento del pasado trágico convirtiéndolo en un divertimento para turistas. Por ello cuando comencé el viaje, imaginariamente iba buscando encontrar la imagen realista de ese concepto, aunque hubieran pasado más de 60 años del suceso. Pero esa es la forma en que nosotros -los argentinos- entendemos el pasado. Viviéndolo intensamente, como si fuera hoy y mañana también. Recién ahí lo entendí.

Por suerte para ellos, los japoneses son distintos. Seguir atados a la explosión nuclear sólo podía llevar a la frustración (o a la locura). Por ello nada de lo ominoso que se esconde tras las palabras Hiroshima (y Guernica) está visibilizado todo el tiempo en el espacio público, en el discurso y en la práctica social y política de esas ciudades. Y eso no significa que lo hayan escondido bajo la alfombra.

En Hiroshima y en Guernica sólo hay gente que vive su vida normalmente. Simplemente, porque la vida continua y el pasado queda atras, el presente es hoy y después será el futuro. Ciudades hoy –como ayer y seguramente mañana- pujantes y vitales que en su pasado guardan el recuerdo de violencias, destrucción, odio e irracionalidad. No son los únicos, pero sin tanta cultura psi, parecen haberlo resuelto mejor.
Comenzada a escribir en el tren de Hiroshima a Kyoto, 13/06/2010, finalizada en el tren de Tokio a Kyoto 16/06/2010).

miércoles, 16 de junio de 2010

Crónicas desde Japón (II). La vida desde el Gran Hotel Okura

Siempre pensé que viviría muy cómodo en un hotel de lujo. Como Alan Shore en Boston Legal. Él afirma que viviendo en un hotel puede irse cuando quiera. En mi caso, es por razones diferentes a las del cínico personaje que interpreta James Spader. Me encanta la idea de un lugar lindo, siempre limpio, perfumado y ordenado, con cambio de sábanas y toallas diario, donde te atienden permanentemente y todo está planificado para servirte como si fueras el centro del universo. De ese pequeño y lujoso universo.

Es una pretensión burguesa, no lo niego, ni me avergüenzo de ella. Si tuviera el suficiente dinero, sin dudarlo, hubiera vivido mucho tiempo en algún lujoso hotel de varias estrellas y muchos pisos. Recuerdo un NH en Madrid hace varios años, ya tenía consola de Play Station en el cuarto. Una vez que Aerolíneas me dejó 5 días varado en España, me enviaron a un aeropuerto cercano a Barajas que era un verdadero palacio. Cada habitación poseía una suerte de despacho en estilo clásico donde mi trabajo parecía más eficiente y lucido. La residencia Obispo Fonseca en Salamanca fue es un capítulo aparte en mi vicio por los hoteles de categoría. Un edificio medieval monumental, reciclado y con puesta de lujo, aunque sin perder cierta minimalidad propia del estilo.

Entonces, por todo lo dicho, los tres días que la organización del congreso me costeó en el Kyoto Okura Hotel, representó una pequeña parte de ese gran sueño concretada una vez más. El Okura está en la parte céntrica de la ciudad y dentro de él, además de los consabidos negocios de marcas caras, también posee una entrada/salida de la estación del subte (metro), lo cual lo hace de fácil acceso.

Apenas se ingresa al hall central, un número indeterminado de personas –empleados del hotel- se acercan tratando de ayudar al recién llegado. Es imposible decirles que no. En el front desk, te dan la llave, los tickets de desayuno y de ahí al cuarto 1707, en el piso séptimo. La habitación era enorme, además, con un plasma de gran tamaño, Internet, vista a una montaña cercana y mucho espacio.

Igualmente no es demasiado lujoso a pesar de contar con sauna y piscina en las instalaciones. Después de varios días de ver y andar, me inclinaría por la idea que los japoneses no son muy fanáticos del lujo y la ostentación. Funcionalidad, eficiencia y tecnología pero sin la ostentación que hacen gala los europeos. Otro ejemplo, los trenes de alta velocidad. El Nosomi y el Hakari más rápidos y precisos que la mayoría de los europeos, no poseen comodidades más allá de las mínimas.

Kyoto, además, es una ciudad segura y muy bien conectada. Los taxis son un caso aparte. Señoriales, con el volante del lado contrario al nuestro, como en los autos ingleses. No son caros. El chofer esta vestido como un piloto de avión, en ocasiones, lleva puestos guantes blancos. Guantes y barbijos, dos elementos bastantes comunes en la geografía humana de los japoneses.

Volviendo al Hotel. Lo que debo decir que me impactó del Okura fue su baño. Grande, con ducha y una bañera enorme. Grifo de gran chorro de agua caliente para baños de inmersión. Pero, sobre todo, el inodoro me resultó un objeto fetichesco. ¿Que puede tener un inodoro de extraordinario a esta altura de los acontecimientos? Es un inodoro inteligente. Mejor ver las fotos y evitar el chiste fácil.

Todo en uno (inodoro y bidet) y manejado por botones. Se regula la velocidad del chorro, la temperatura y el estilo (lluvia o chorro vertical). Además se regula la temperatura de… la tabla!. En otro modelo también se direcciona la orientación del chorro. En los trenes y estaciones, hay dos modelos de baño: El occidental y el japonés. Este ultimo sin inodoro y con un agujero similar al de los viejos baños de los colegios.

El desayuno es otra parte de la magia de los hoteles internacionales. La gula es un pecado capital pero en estos hoteles Alan Shore lograría nuestra absolución sugiriendo que la tentación actúa como un legítimo atenuante del pecado. Hay dos salones. El occidental o el estilo japonés. Mi curiosidad me llevó al japonés pero la experiencia me depositó día tras día, finalmente, en el lugar de lo ya conocido.

El desayuno podría definirse como excesivo. Omeletes, salchichas, sopas, vegetales desconocidos, arroz, pescado frito, ensaladas, croquetas. ¿Y el desayuno occidental? Bueno, también había café con leche, tés, y facturas varias. Menos más que llevé el aziatop. Todo con vista a las montañas. Cada vez que me levantaba a buscar algo del largo mostrador lleno de empleados, cada uno de ellos hacía una reverencia, sonríendo y lanzando el arigatoo gozaimasu.

La parte final del viaje es el opuesto. En Tokio me hospedo en la Weekly Mansion Akasaka, en el barrio de Akasaka. Un gran edificio que contiene minúsculos departamentos con apenas lo básico (TV para ver el mundial, Internet, kichinet etc). Con dificultad puede entrar una persona. La vista a los edificios de Tokio durante la noche es lo mejor que tiene. El baño es del tamaño de un armario y tiene un sistema que nunca vi antes: la ducha esta unida a la canilla (grifo) de la pileta. O sea que para ducharse o lavarse las manos hay que mover una perilla que habilita una u otra.

No tiene servicio de cuarto ni desayuno. Las sabanas y toallas tenes que pedirlas en el mostrador y cambiarlas por vos mismo. No tiene personal que muestre su amabilidad, es más, a las 12 de la noche ya no queda nadie y se entra al lugar con una clave individual que activa el portero eléctrico. No se si fue una buena elección. Al menos fue la más barata que encontré en medio de una ciudad cara. Lo bueno, dura poco.
(Escrito en el tren de Kyoto a Odawara, 14/06/2010 y Tokio, 15/06/2010).

lunes, 14 de junio de 2010

Crónicas desde Japón (II). El arribo

Japón está lejos. Es una obviedad decirlo, aun en este blog. Sin embargo esa lejanía se hace real cuando el viaje se va volviendo interminable. Para embarcar hubo que estar en Ezeiza un poco más de 2 horas antes del despegue. Luego, 14 horas de vuelo hasta Sydney. Ahí, 4 horas de espera para el transbordo y –finalmente- 10 horas (!!!) más hasta Tokio. 30 horas en total. En mi caso, se le suman un par más ya que, desde el Aeropuerto de Narita, fui directo a la ciudad de Kyoto.

Algunas cosas para destacar. Pasar por encima del Polo sur. El hielo se observa perfectamente desde el avión, como si la altura de vuelo fuese menor en esa parte del trayecto. Otra cosa destacable es que, en la misma clase turista, cada asiento tiene una pantalla donde puede ver películas, conciertos, una biblioteca de CD´s, noticieros, documentales y juegos (tetris, solitario, ajedrez etc.). En las treinta horas vi tres películas, un concierto de Mark Knopler y uno de Lady Gaga.

La llegada al aeropuerto de Tokio (Narita) es la entrada un mundo diferente y que -además- con treinta horas de avión encima, hace más complejo el proceso de adaptación. Cargando mi valija y el portatraje, con los músculos aun medio entumecidos del largo viaje, el panorama es fuerte: Mucha gente, centenares de escolares sentados en el piso, profesores con megáfonos, letras japonesas por todos lados, muchas luces y carteles publicitarios… o no, quien puede saberlo. Un sistema de audio con voces femeninas me recuerdan levemente al mundo de Blade Runner.

Quizás la experiencia más novedosa de aquellos primeros momentos haya sido la de convertirse en parte de una minoría racial claramente diferenciada del resto. Aun viviendo en Salamanca o Ámsterdam, incluso viajando por Moscu o Sicilia, siempre tuve una ventaja: si no hablaba, -no sólo parecía más inteligente- además pasaba como un habitante del lugar. En Japón no. La diferencia esta expuesta a simple vista. Y eso es una sensación difícil de explicar.

La sensación de extrañamiento, sin embargo, no dura demasiado. De a poco el espacio comienza a volverse un poco más familiar. Japón es un país amigable. La gente es de una cortesía y respeto que resulta difícil de comprender. La reverencia es casi una forma obligada de relacionamiento. Incluso, el periodista que conduce el noticiero por TV, al comienzo de su intervención y luego, antes de la pausa, inclina notoriamente la cabeza.

El inspector del tren apenas entra al vagón hace una reverencia, lo mismo la chica que vende los sándwiches, aunque este pasando por el vagón sin su carrito. Ante cada compra, consulta, al ceder el paso o bajar del ascensor, los japoneses saludan atentamente, con una sonrisa y una leve inclinación de la cabeza.

A diferencia de Moscú -donde la señalética es exasperadamente limitada, muy pocos hablan inglés y encima el alfabeto cirílico reina en calles, estaciones de subte y comercios, en Japón todo es al revés. Anuncios, carteles, mapas, avisos, todo está traducido al inglés. Además, abundan las oficinas de informaciones, todo se encuentra debidamente señalado, en su lugar y horario. Si bien tampoco abundan los bilingües – de hecho muy poca gente parece hablarlo o comprenderlo- intentan ayudarte de cualquier modo y –finalmente- mediante señas, sonidos gestos, logras entenderte. Para perderse hay que estar muy desorientado.

Llegando a la estación de Kyoto, me informan que estoy lejos del hotel, pero que en el subte llego en 20 minutos. Y así es, a pesar de los miles de carteles, avisos, comercios y personas que pululan por el subte, todo comienza a volverse extrañamente friendly. En la calle veo una especie de “homenajes" a íconos del cómic japonés de mi niñez. Entre ellos a Astroboy y otro a Kimba, el león blanco.

Entre tantas cosas nuevas, comienza a aparecer la sensación que en definitiva, nada es distinto a lo conocido. Debajo de la superficialidad alfabética y los ojos rasgados, la vida occidental –como en Europa o Argentina- se mantiene intacta. Subte, hoteles, dólares, marcas internacionales, coca cola, Mc Donalds, Starbucks, mundial de futbol etc. Todo lo conocido está también ahí y se comienza a naturalizar lo que -apenas unos minutos antes- parecía excepcional.

De todos modos, es sólo un espejismo. Una suerte de estrategia inconciente para sentirse seguro en un lugar extraño. Con el correr de las horas aparece claramente que las cosas no son iguales. Japón le ha dado a la globalización de la estética, los valores y la producción occidental, su propia marca. Parecido, pero diferente.
(Escrito en el tren de Hiroshima a Kyoto 13/06/2010)

domingo, 13 de junio de 2010

Crónicas desde Japón (I)

La invitación para un congreso me trajo por primera vez a Japón. Son tantas las cosas que pasan por los ojos, la cabeza y el estomago, que decidí ir escribiéndolas. Más que para ofrecerlas a los lectores del blog, para no olvidármelas yo. También para hacer economía de recursos y contar de una sola vez, las cosas que voy viviendo, evitando escribir múltiples emails contando lo mismo.

Por cuestiones de la agenda del congreso, llegué a Japón sin pasar por Tokio. Eso, lo dejo reservado para los últimos días. Así que mis impresiones se irán construyendo a medida que vaya avanzando. No busco realizar reflexiones sistemáticas, profundas y sostenidas en estudios antropológicos actuales. El objetivo de los próximos post será –solamente- poner en palabras las sensaciones e intuiciones que voy desarrollando. Arigatoo gozaimasu.
(Escrito en Kyoto, 12/06/2010)

Crónicas del Bicentenario (II). Yo quiero a mi bandera (planchadita, planchadita, planchadita)

Los festejos del Bicentenario -en su superficialidad- fueron una muestra más que representativa de la grieta inmensa que separa el lugar donde estamos (y a donde vamos) y aquel donde creemos que estamos (y donde nos gusta pensar que estamos yendo). Se personifica así el viejo chiste que cuentan los españoles: el mejor negocio es comprar un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale.

El insoportable patrioterismo que nos invade – la palabra patria (acentuando la primera silaba) reiterada una y otra vez- me recuerda las jornadas malvineras de principios de los ochenta.

El Bicentenario es una época propicia –como la navidad- para las típicas notas color de los diarios del domingo: ¿Cómo somos los argentinos? ¿Qué pensamos de la vida, de la democracia y del cangrejo pardo de la llanura? Y obviamente, las respuestas de siempre: “somos solidarios, apasionados, familieros y desordenados”. Después las consabidas criticas a los políticos y el cierre infaltable: “los argentinos debemos querernos más y creer en nosotros mismos, juntos podemos”.

Lo que hacemos es mostrar en todo lo alto aquel país que supimos tener y festejarlo. Eso no esta mal, claro. Pero algo anda mal cuando queremos hacer de cuenta que todo sigue como entonces, que aun tenemos ese país que añoramos (e idealizamos, porqué no) y que, además, no tenemos nada que ver con su destrucción.

En esa operación, el populismo es diestro. Y es que no festejamos un logro común, por ejemplo, el éxito de algún acuerdo cívico colectivo, como hacen los españoles con su transición, los franceses con la revolución o los norteamericanos con su independencia. Nosotros, de la mano del populismo festejamos la maravillosa existencia de una esencia: la argentinidad. Y como toda esencialidad, indiscutible y blindada. En nuestro caso ligada directamente a la tierra. Preexistente, incluso, al mismo país y por ello superior a las leyes.

Esta idea, machacada en nuestra psiquis desde el momento en que entramos al Jardín de Infantes, va germinando hasta convertirnos en energúmenos nacionalistas. Como las células dormidas de los radicales islámicos, nuestro nacionalismo residente en memoria está siempre dispuesto a activarse, pronto a agitar la banderita en cuanto la ocasión lo amerite. Patriotas siempre listos! Malvinas, mundiales, papeleras, terruños helados en la cordillera, los argentinos somos derechos y humanos.

¿Pero como revertirlo? En la misma solución está el problema. Sin duda la educación pública, tan útil para construir una nación -allí donde no la había en el siglo XIX y comienzos del XX- cumplió largamente el cometido y parece que ya va siendo hora de cambiar. Sin embargo, quienes deberían plantearlo son la principal corporación conservadora de nuestra sociedad bicentenaria. Los maestros y sus sindicatos, convertidos en el tapón para cualquier posibilidad de repensar nuestro pasado, en función de los desafíos muy distintos que hoy vive el país.

Y en esta situación se encuentran apañados por los pensadores progres del área (Filmus, su máximo ícono) que enuncian la realización un cambio total, allí donde nada está cambiando. Aun más, allí donde todo está empeorando y donde, más allá de las banderitas agitadas el 25-M, el viejo país festejado muere día a día.

domingo, 30 de mayo de 2010

Crónicas del Bicentenario (I). Lo que fue hermoso será horrible después

A la acumulación de eventos culturales de convocatoria masiva ya probada (conciertos al aire libre, stands con comida gratis, desfiles, murga y futbol) se le sumó la llave de la movilización popular desde hace 200 años: El nacionalismo, del berreta, el del gorro, la bandera y la vincha.

Una jornada en que me resultó imposible no recordar los festejos del Mundial 78 y el fervor del 2 de abril de 1982. Hasta los mismos cantitos se escucharon por las calles porteñas (el futbolero, “vamo´ vamo´ Argentina, vamo´ vamo´ a ganar, que esta barra quilombera” etc. y el más malvinero “el que no salta es un inglés”).

Pero no todo fue exactamente igual. En esta ocasión predominó la estética del Canal Encuentro: contenidos políticamente correctos para sectores urbanos progres. Mucho rating en Caballito y abajo del camión en el interior profundo. Intelectualidad básica entre Felipe Pigna y Pacho O´Donnell.

- “mirá que felices se ven a los bolivianos que desfilan homenajeando a la patria. Que país generoso que tenemos y los stands de las Provincias están buenísimos!!. Mirá que lindo que quedó el de Formosa, ¡y que rica la comida típica!”

Reflexionar sobre la distancia que separa ese maravilloso stand en la 9 de Julio de la vida cotidiana en Formosa, mejor lo dejamos para el próximo bicentenario, no seamos destituyentes. Ni hablar de cómo tratamos y como viven muchos de los bolivianos en el país.

-“Ahora vayamos al stand de Santiago de Estero, ¡que bien se vive en las provincias! Y claro, no es la locura de Buenos Aires, no hay caso, este país debería ser más federal”.

La paradoja que mostró el homenaje al Rock Nacional es extensible al resto de las producciones de la patria prospera que celebramos. El escenario lleno de viejas glorias, de antiguos mitos, de grandes olvidados, a quienes se aplaude con ternura y devoción. Y si estuvieron vinculados con los setenta aun mejor. Eso si, difícil encontrar entre ellos algún menor de 40 que esté haciendo algo trascendente. Litto Nebbia y León Gieco los maestros de ceremonias que incluyeron a Vox Dei, Emilio del Guercio, Garre (Silvina, no el defensor de Ferro), Porchetto y todos juntos cantando “La Balsa”. ¡Una que sabemos todos!. El cierre a cargo de Fito Páez, quizás el menos talentoso de los íconos contemporáneos del rock argentino –posiblemente el más desafinado- y sin ningrun tipo de duda, el más populista.

¿Dónde estuvo la cumbia en los festejos? ¿Y el rock chabón?. No eso no. Como en el 78 y en el 82, la nacionalidad oculta lo que no queremos ver. Pero -aunque invisibilizado en los festejos- eso es lo que nuestra patria engalanada produce hoy en día –doscientos años después- para la mayoría de su población.

La paradoja K se corporiza en toda su dimensión: El discurso progre del Estado y la estética ¿vanguardista? de Fuerza Bruta, conviven con la pobreza de casi el 50% de la población y se sostiene en los votos de los excluídos desde La Matanza hasta Perico y en los punteros que los consiguen. Pero Canal Encuentro no es para ellos.

Somos progres pero tampoco exageremos, que no toque Damas Gratis porque se nos llena de negros la 9 de julio y nosotros queremos mostrar lo que fuimos –y ya no somos- agitando con fervor la banderita celeste y blanca. ¡¡Que lindo que es ser argentino!!

jueves, 20 de mayo de 2010

Back in Blogg

El Explicacionista vuelve a postear luego de un tiempito sin aportar. A continuación les entrego este artículo sobre el Parlamento del Mercosur que fue publicado hoy por el semanario “El Estadista”. Dedicado a mis amigos portugueses y neofuncionalistas.

Falta demanda social por la integración

En la práctica, el parlamento del MERCOSUR (Parlasur) no existe. Sus miembros no son elegidos en forma directa por los ciudadanos y su conformación tampoco respeta las proporcionalidades existentes entre las poblaciones de los países del bloque. Estas son dos características básicas que todo parlamento debiera cumplir para definirse como tal.

El Parlasur no posee potestades de ningún tipo. Sólo tiene permitido elaborar un informe anual sobre los Derechos Humanos en la región, que encima, cuenta con los obstáculos que pone Venezuela para su realización. Por eso, apenas produce declaraciones de beneplácito y/o repudio sin impacto en la realidad cotidiana.

Además, no se observa ninguna voluntad de los poderes ejecutivos nacionales de entregar, aunque sea, mínimas atribuciones para dotarlo de alguna fortaleza legislativa. Los partidos y sus principales figuras –oficialistas u opositores- no lo consideran un ámbito desde donde maximizar sus capitales políticos. Por el contrario, es percibido como una potencial amenaza que –de consolidarse- pondría incómodos limites a la soberanía de los Estados aun empeñados en aplicar políticas proteccionistas o, en el caso de Brasil, en continuar su camino ascendente en forma individual.

No obstante, este panorama pesimista podría cambiar. Los gobiernos decidieron que entre el 2011 y el 2012 se realicen elecciones directas para elegir a los diputados del Parlasur. Esto podría desatar dinámicas no esperadas cuando estas elecciones comiencen a convertirse en termómetros de la política interna. Posiblemente, a partir de esto, el Parlasur comience a cobrar una relevancia no prevista por los gobiernos de turno. No sería la primera vez que los políticos crean que pueden fundar instituciones que a ellos no los van a condicionar.

Sin embargo, para garantizar que el Parlasur se convierta en un efectivo ámbito de representación es necesario además que la sociedad civil y sus organizaciones lo visualicen como tal. El Parlasur, como el MERCOSUR también, necesita que se movilicen demandas sociales a favor de la integración así como abundan reclamos en sentido contrario. Sólo de este modo, el Parlasur podría transformarse en un verdadero poder regional.

(publicado en El Estadista 20/05/2010)

sábado, 3 de abril de 2010

Los DD.HH. son míos, míos, míos....

Los DD.HH. en la Argentina. Todo un tema. ¿Todo un tema? En los últimos días tuve la posibilidad de ver algunas encuestas donde se consultaba a habitantes de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires sobre cuestiones diversas. En una de las tantas preguntas, se les pedía que expusieran los 10 y 20 temas que más le preocupaban en su vida cotidiana. La cuestión de los DD.HH. no aparecía mencionada en ninguna ocasión, enterrada bajo la inseguridad, la educación, la economía (inflación, salarios) y un largo etcétera de problemáticas cotidianas y no tanto.

Intuitivamente supongo que la cuestión de juicios, castigos, derogaciones, amnistías, homenajes y ADN´s, no forman parte del bagaje de preocupaciones y debates de la mayoría de los habitantes de este país. Aún más, ni siquiera me animaría a preguntarles cual es la opinión que poseen sobre el tema, porque temería que las respuestas muestren lo endeble de aquello que creemos tan sólido.

Si esto pudiera cuantificarse fehacientemente pondría de relevancia el fracaso de las políticas de un Estado -tan regodeado en su progresismo de salón- que viene invirtiendo fuertemente en el sostenimiento de programas, burocracias y medios de comunicación destinados a amplificar socialmente su visión sobre el pasado reciente, pero sin preocuparse demasiado por los resultados obtenidos.

Por eso es que la posibilidad de realizar un plebiscito -como propuso hace unos días el ex presidente Eduardo Duhalde- crea escozor entre la dirigencia oficialista y alguna opositora, autonombrados propietarios del franchising DD.HH. SA.

Existe un justificado temor a que una consulta de esas características obtuviera un resultado que destroce el mito progre sobre la irreductible voluntad del “pueblo” argentino frente al pasado militar. El caso uruguayo es un recordatorio de aquella temida posibilidad. En 1989 se plebiscitó la ley de caducidad y el resultado afirmativo terminó de aprobar la ley amnistiadora que se propuso en 1986, bajo el gobierno del entonces presidente Sanguinetti.

A partir de entonces, la mitología progresista -que afirmaba que el pueblo “quiere justicia”- acusó al entonces gobernante Partido Colorado de haber puesto todos los mecanismos del Estado para coaccionar a la sociedad e influenciar un voto a favor de la ley de amnistía. La nueva consulta que se realizó bajo el gobierno del Frente Amplio -coincidiendo con la elección presidencial de 2009- se presentaba como la oportunidad de revertir aquella coyuntura, ya que el Estado –en esta ocasión- estaba conducido por la izquierda.

Como se sabe, a pesar del triunfo del ex Tupamaro José Mujica, la boleta que abogaba por la caducidad de la ley no logró los votos necesarios para imponerse, por lo cual, la ley de amnistía continua vigente por haber triunfado dos veces en sendas consultas populares. Vox populi, ¿Vox dei?

Está claro que esto no es algo a lo que el franchising DD.HH. S.A. quiera arriesgarse en Argentina. Y tampoco parece necesario. El franchising habla y agita en nombre del “pueblo” pero mantiene el tema en las seguras, reducidas e influyentes manos de una elite ubicada en lo más alto de la pirámide social.

A diferencia de lo ocurrido en algunos países centroamericanos donde la represión estatal se dirigió a exterminar poblaciones enteras de indígenas y campesinos, en Argentina gran parte del terrorismo de Estado estuvo dirigido a dirigentes políticos, intelectuales, sindicalistas, artistas, universitarios y periodistas, entre otros. Muchos de ellos, ocupan hoy posiciones muy importantes en sus respectivas corporaciones.

El repudio a la Dictadura se sostuvo durante la década de 1980 en su fuerte expansión popular, sustentada, además, por hechos de profundo impacto social como el informe CONADEP y el juicio a las juntas. En esta nueva etapa K, su vulgarización se sostiene en la repetición de conceptos vagos y ahistóricos (cuando no contradictorios) por una parte de una elite dirigencial vinculada con el PJ y sus empleados de turno (Hebe Bonafini y -lamentablemente- las abuelas de plaza de mayo) más que en un convencimiento de la sociedad de a pie o en un consenso de las pricipales fuerzas políticas y sociales.

Y esta elite (unida también por redituables negocios con el Estado) se ha dedicado a reescribir la historia para imponer su propia opinión como ideología de Estado sin percatarse que, en el mediano plazo, la falta de involucramiento de la sociedad en el tema, podría convertirlo en un gigante con pies de barro.