miércoles, 30 de diciembre de 2009

De chivos expiatorios y jueces desequilibrados. Parte II. Los Turros

“Oyarbide es un buen Juez”. Al menos así lo manifestó el ahora locuaz Juez de la Corte Suprema Carlos Fayt. Digo ahora, ya que en los noventa, mientras compartía la Corte con Julio Nazareno, Adolfo Vázquez, Eduardo Moline O´Connor y otras luminarias del Derecho, al anciano jurista no se lo conoció la voz.

Durante aquellos años, incluso como un disidente que no sacaba los pies del plato, Fayt fue una pieza funcional a los intereses de Carlos Menem y su mayoría automática. Quizás por ello fue beneficiado por sus compañeros con una polémica interpretación constitucional que le permitió sortear el voto del Senado para conseguir su renombramiento en la Corte.

“Un caso lleva su nombre: en 1999 se declaró inconstitucional una cláusula que lo afectaba y que se había introducido en la Reforma de 1994: el art. 99 inc. 4º, que dice que los jueces que llegaran a 75 años debían tener, para seguir en el cargo, nuevo nombramiento por acuerdo del Senado. Lo que dijo “su” fallo fue que no había en la ley de convocatoria a la Convención de Santa Fe/Paraná nada que habilitase modificaciones de tal entidad a la garantía de la inamovilidad de los magistrados a partir del cumplimiento de una edad determinada. Este fallo –que le permitió sortear un “re-nombramiento” que le hubiera sido esquivo– fue uno de los motivos del desafortunado juicio político “en bloque” (a toda la Corte Suprema) que el Congreso tramitó en octubre de 2002 (Gustavo Arballo, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Universidad Nacional de La Pampa. http://www.saberderecho.blogspot.com/)”

En cambio, hoy lo vemos exultante, atendiendo a la nube de periodistas de un modo atento, casi socarrón, abordando una amplia gama de temas y opinando –no sólo con sus sentencias- sino con la voz de un político que parece gozar con la exposición mediática.

Sin duda y por ello, Oyarbide le parece un buen Juez. Este Juez federal, antiguo habitante de la servilleta de Corach, dejo arrumbado en el placard la popular máxima que afirma que los jueces sólo hablan por sus fallos. Aun hoy le debe al bloque del PJ en el Senado haber zafado del juicio político por el sonado caso Espartacus.

Como si fuera protagonista de un reality show sobre su tarea cotidiana, Oyarbide anuncia y desanuncia las probables líneas de investigación, los acusados, los allanamientos y los posibles procesamientos o arrestos.

Mientras acomoda sus lentes oscuros de diva italiana de los años sesenta y olvida que la mujer del Cesar no sólo debe ser honesta, Oyarbide sigue firme en su juzgado hundiendo sus causas en evitables polémicas y constantes dudas.

Cada acto que realiza, cada fallo que impone en relación con el poder o sus actores, es acompañado por la irremediable sensación que fue influenciado por intereses políticos particulares y venganzas (o agradecimientos) por hechos pasados o temores futuros. Así, sus decisiones están permanentemente oscurecidas por la sombra de la arbitrariedad.

Pero Oyarbide es un buen Juez, al menos eso dice Fayt.

Mientras tanto, esta semana presenciamos una nueva postal de la irracional Argentina kirchnerista: La AFIP anunció con bombos y platillos que comenzará a investigar a quienes gasten más de 3000 pesos con tarjeta de crédito. Paralelamente, los fiscales decidieron que no se debía investigar como Néstor Kirchner y Cristina Fernández aumentaron su patrimonio en un 600% durante los últimos 6 años, coincidiendo con el ejercicio de la presidencia de la Nación.

Espartacus fue una metáfora del poder en la década menemista. Para zafar del castigo, Oyarbide tuvo que convertirse en un esclavo del poder de turno. Ser eximido de culpa y cargo no le salió gratis. Por supuesto que no. Se lo han cobrado, se lo están cobrando y se lo cobrarán hasta el último día. Impunidad es el nombre de la moneda.

Paradójicamente, Espartaco, el líder de los esclavos que enfrentaron al poder romano, fue descripto por todas las fuentes históricas como un hombre culto, inteligente y justo. Todas las características que debiera tener un Juez.

Pero Oyarbide es un buen Juez, al menos eso dice Fayt.

viernes, 25 de diciembre de 2009

De chivos expiatorios y jueces desequilibrados. Parte I. Los Giles

Durante estos días de calma navideña venía pensando que el caso de la Jueza Parrilli debía ser analizado desde un espíritu un poco más crítico que el simplón y políticamente correcto con el que fue abordado abundantemente. En un ejercicio de trasgresión silenciosa traté de buscar argumentos para romper este círculo de sentidos comunes que se construyen alrededor de episodios mitificados como el mencionado.

Ciertamente, la Jueza mostró un desequilibrio emocional exacerbado, mezclado con un autoritarismo y una agresividad llamativa para el cargo que ocupa. Cuando vi el video supuse que, además, había abusado de alguna bebida espirituosa durante la cena.

Lo que sucedió a continuación fue lógico. La jueza embebida (de soberbia u otra cosa, no lo se a ciencia cierta), fue filmada en el pico de su patética actuación y eso la catapultó inmediatamente a una fama devenida en purgatorio. La jueza Parrilli y su exabrupto mediático se convirtieron en la nueva causa que movilizó a las almas progres, y la prensa de todos los colores.

La conclusión fue rápida y unánime: Lapiden a Parrilli y, si fuera posible, rápidamente y a la vista de todos. Eso nos dejará más tranquilos. Mostrará que aun somos una sociedad civilizada que castiga con dureza infinita a sus integrantes malévolos y así, finalmente, sabremos que, una vez más, la justicia ha triunfado.

Sin embargo, cumpliendo con sus fines fundacionales, El Explicacionista propone otra mirada para evaluar el affaire Parrilli y que comienza colocándolo en su verdadera dimensión. En definitiva, el personaje en cuestión era sólo una Jueza menor, cuyo tarea más importante era investigar y castigar a alguien que hizo pis en la calle o vulneró alguna de las miles de normas municipales que se violan a diario.

Está claro que esto no exime a nuestra ex Jueza municipal ni le quita gravedad a su falta, pero ayuda a ubicar la verdadera magnitud del hecho, evaluar la trascendencia pública que obtuvo y, finalmente, mensurar el castigo propinado.

Como seguramente le pasó a casi todos, la primera vez que vi el incidente por TV apenas pude contener la indignación. Sin embargo, meditándolo un poco más, aparecieron algunos atenuantes que fueron cambiando gradualmente mi percepción sobre el caso. Estos hechos no se mencionaron en esta frenética búsqueda de reafirmación progresista que nos embarga últimamente y me arriesgo a someterlo a los lectores del Blogg.

El primero de estos atenuantes es el claro desorden de la personalidad que la Jueza demostró frente a una situación de tensión e incertidumbre mínima. Su desequilibrio, irascibilidad y violencia ameritaban un poco de piedad y un urgente tratamiento psiquiátrico, más que un linchamiento mediático y político.

Una legisladora porteña con apellito de delito siciliano e integrante del jurado que la enjuició guardó su pregonado garantismo para mejor ocasión, cuando afirmó que Parrilli “tenía condiciones de salud graves, pero [...] no es lo que se mandó a evaluar al Consejo de la Magistratura. La defensa aseguró que la medicación psiquiátrica que tomaba tenía efectos colaterales como la irritabilidad, entre otros 40. Yo pienso que una cosa no justifica la otra”.

Pues bien, sin ser médico a priori me parece que si, que una cosa podría justificar la otra. Pero, más allá de detalles técnicos, la Jueza debía ser sacrificada en el altar de una sociedad sedienta de justicia, aunque no por este caso específico. La misma legisladora, con apellido de organización delictiva informal, mostró cual era el fondo de la cuestión: “Voté su destitución para revertir la sensación de impunidad que genera que la gente que tiene que garantizar la aplicación de las leyes no las cumpla.

El segundo de los atenuantes que me permito incorporar se basa en la posible existencia de algunos grados de alcohol en la sangre de su ex Señoría. La interferencia etílica podría haber actuado como estimulante de una personalidad ya bastante desenfrenada sin el uso de ayudas liquidas.
De todos modos, esta posibilidad lejos de aumentar la repulsa, no puede sino volver más simpática a la Jueza y generar algún tipo de empatía para con ella. ¿Quién no se ha comportado un tanto agresivamente luego de una cena bien regada? (¿o es que acaso mi dinero no vale?).

En tercer lugar, y siguiendo con esta lista de incorrecciones políticas, me permito agregar un último atenuante que me atraerá la pública censura de amigos y conocidos, pero también la aprobación de una mayoría cobardemente silenciosa.

¿Quién no ha deseado alguna vez (o directamente lo ha puesto en práctica) reputear de arriba para abajo (y comenzar nuevamente en sentido inverso) a nuestros beneméritos servidores públicos nacionales y municipales? Arbitrarios, indolentes, ineficaces y patrimonialistas, pueden sacar de quicio al más pintado. Si encima estás en un día malo, medicado o medio borracho, las consecuencias pueden ser más drásticas aun.

De todos modos, hay que admitir también que la suerte (como su equilibrio) abandonó rápidamente a la jueza. Su pasada cercanía con los montos en los 70 y su probable parentesco con un reputado funcionario K, le granjearon el rechazo de la prensa y gran parte de la oposición. Al mismo tiempo, al ser una Jueza local, le dio la oportunidad a Macri de mostrar activamente su escaso lado liberal y quedar bien gratis posando en todos los medios con las aun indignadas empleadas.

Por supuesto, el progresismo de Capital no podía dejar pasar una ocasión como esta para concretar su deporte favorito: firmar solicitadas. Así la jueza discriminadora y desequilibrada fue juzgada por un grupo discriminador, poco equlibrado y parcial que ya había decidido la sentencia antes de empezar el circo.

En fin, Parrilli ya es historia. Sobre el árbol caído bailan hoy Oyarbide, Faggionato Márquez, Ortiz de Lamadrid, Ercolini y Servini de Cubría. Jueces y juezas equilibradas y decentes de los que no nos tenemos que preocupar. Hemos lavado nuestra conciencia. El chivo descansa en paz.

martes, 22 de diciembre de 2009

UBA, UBA, UBA (El futuro no es nada, el discurso lo es todo)

La elección de autoridades de la Universidad de Buenos Aires volvió a mostrar la situación de crisis que atraviesa la institución académica más importante del país. La reelección de Rubén Hallú como Rector fue concretada en una forma muy similar a su primera elección, aunque en esta ocasión, la represión callejera y el intercambio de piedras le otorgaron un cariz aun más escandaloso.

Está situación, sin embargo, no es la causa de la crisis, más bien, una de sus más decadentes resultantes y cuyo origen se remonta a muchos años atrás. Esto ocurre por diversos motivos, entre ellos, porque la UBA se encuentra más ocupada en la tarea de sobrevivir a la asfixia presupuestaria producida por las políticas neoliberales, cuando no a intentos de vulnerar su autonomía y convertirla en una caja más del poder de turno.

Sin embargo y, sobre todo, también debe señalarse que la crisis se produce por la ausencia de responsabilidad política de un claustro de profesores que es señalado por el Estatuto universitario como el mayor responsable de los destinos de la Universidad. Hace tiempo que los profesores han perdido capacidad de generar consensos (entre ellos mismos y con los otros claustros) sobre la planificación de rumbos a mediano y largo plazo.

Sobre todo, se les debe criticar que han carecido de la lucidez necesaria para preservar algunos acuerdos básicos de la lucha facciosa, caracterizada por convertir la política interna en una selva donde todo vale para asegurarse los escasos recursos disponibles y evitar que otros los consigan.

La FUBA y sus socios son funcionales a esta situación. Pregonan una democracia en la que no creen y que sólo respetan cuando ganan, como durante la mediocre gestión de Jaim Echeverry. La intención de la conducción de la Federación estudiantil es llevar a la Universidad a un estado de crisis política permanente (cuanto peor mejor) con el fin de obtener algunos militantes más o un puñado de votos para partidos al borde de la desaparición a partir de la nueva ley electoral. Los profesores que quedaron afuera de la rosca dominante los utilizan temerariamente como fuerza de choque, para capitalizar el descontrol y obtener algún trozo de la torta que se le niega en las componendas tras bambalinas.

La Universidad se encuentra así presa de una guerra de intereses cortoplacistas decorados con relatos más o menos épicos, que se reproducen al margen de la realidad cotidiana que se observa en las aulas, centros de investigación y laboratorios, espacios donde aun se sostiene lo que queda del prestigio institucional ganado a través de la historia.

Pablo Alabarces, en un artículo publicado ayer en el Diario Crítica, lo primero que señala no son las características del proyecto que triunfó o los rasgos principales de las ideas alternativas. No hace un balance de la gestión del rector reelecto y mucho menos presenta las líneas que debiera seguir una Universidad en el siglo XXI. La idea más importante que se desprende del artículo en cuestión es la preocupación por el qué dirán los medios y su frustración porque no muestran lo que él considera lo importante o lo verdadero.

Esta visión, que el Kirchnerismo llevó a su máxima expresión en el país, pone el centro de gravedad de la vida política en los discursos mediáticos más que en la realidad política. Qué dirían Clarín y La Nación se pregunta Alabarces, como si esto fuera la fuente de toda existencia del problema político de la Universidad o al menos de su comprensión. En el mundo posmoderno, el relato es todo, la realidad nada.

Esta preocupación de Alabarces aparece combinada con otros elementos clásicos de los tiempos que corren. Primero la idea que la arbitrariedad es buena cuando coincide con lo que pienso y es mala cuando me perjudica. Así mientras se elogia la forma turbulenta en que se aprobó la ley de Medios, parece repudiable que “solo” el 60% de los delegados hayan votado por el Rector.

En segundo lugar propone una visión maniquea, (“Fuera de la Asamblea quedaron las facultades con mayor producción científica; adentro, las que tienen la mayor producción de negocios –contratos, asesorías, servicios, mineras, transgénicos”). Apoyando a la FUBA y sus socios sólo faltó nombrar a Milstein y Houssay, con los “otros”, a Menguele. Cuando el “otro” es un enemigo de esa calaña, todo es aceptable, hasta ir a reventar una asamblea universitaria con piedras y palos.

Lo cierto es que una política universitaria debería ser algo más que la discusión sobre cuantos consejeros le tocan a cada claustro, otra de las preocupaciones expuestas en el artículo de Alabarces. Sin embargo, la Universidad, como el país, se encuentra encallada en debates sin salida, atados a un pasado idealizado, con un alto grado de irrealidad y con un persistente deterioro.

El futuro ya llegó, mientras tanto, el status quo de la Universidad sigue aferrado al vetusto reformismo de 1918 y la FUBA y los suyos idealizan anacrónicamente un anticapitalismo anclado en 1917.

Afuera, en el mundo real, el cambio climático, la proliferación nuclear, las pandemias, la crisis financiera, el aumento de la pobreza y la exclusión, las migraciones, la multiculturalidad, los DD.HH, el salto tecnológico en todos los campos de la vida humana, son las nimiedades que reclaman políticas institucionales de largo aliento.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Link

Era un chiste, el verdadero es este: http://www.perfil.com/contenidos/2009/12/13/noticia_0004.html

¿Civilización sin ley? III (Sigue el debate)

Eduardo Valdés respondió al artículo que publiqué en el Diario Perfil la semana anterior. Aca va el link para leer su artículo.

domingo, 6 de diciembre de 2009

¿Civilización sin ley? Parte II

Una versión reducida del post referido al debate Valdés/Morales fue publicada hoy (Domingo 6 de Diciembre de 2009) en la versión papel del Diario Perfil y también en su formato online.

martes, 1 de diciembre de 2009

El poder banal

Una de las características más llamativas (y persistentes) del matrimonio gobernante ha sido su capacidad de banalizar hasta el extremo todo tipo de discusiones, desde las más simples hasta las más complejas.

No importa la trascendencia del tema coyunturalmente tratado. Sea la extracción del ADN o la reforma política, las AFJP, Aerolíneas, el fútbol, la Biblia o el calefón. Todo es igual, nada es mejor: se “saca” rápido y en forma desprolija, con ambiente de cancha en día de clásico, sin escuchar a nadie (excepto a los propios), con arrepentidos caracterizados que cambian su voto abruptamente y reduciendo todo escenario político entre dos opciones de hierro: el neoliberalismo y/o los militares y sus retoños o el proyecto del gobierno defensor de los intereses del pueblo.

Sobre esto quisiera señalar una de las características principales del kirchnerismo: La utilización permanente de la historia en forma, paradójicamente, totalmente ahistórica. Los hechos se recortan, se sacan de su contexto, se mezclan, se intercambia el lugar de los protagonistas (a quienes participaron ayer pero hoy no son “amigos” se los elimina, quienes nunca estuvieron pasan a ser actores principales). Los “amigos” no tienen pasado o no pagan costo por él, en cambio, para los adversarios, todo pasado, aun el no vivido, les pertenece en forma de deuda permanente e imprescribible.

El discurso sobre el pasado (y su análisis) no se toma como insumo o guía para nutrir la experiencia ya que todo transcurre en el plano de lo discursivo. Un discurso banal desde su misma enunciación. Se secuestran las personas y los goles. Todo es igual, nada es mejor. El relato kirchnerista es la Historia denunciada por Hyden White y el giro lingüístico, apenas una literatura de ciencia ficción protagonizada por personas con nombres reales pero cuyos actos son productos novelados.

Y así, una vez más esto se pudo ver con el circo montado alrededor de la conmemoración del acuerdo por el Canal del Beagle firmado durante los años ochenta. Seguramente hubo entonces algo de cálculo político en Alfonsín, pero también mucho de creencias personales y responsabilidad. La historia ya es conocida. El gobierno argentino de entonces se jugó por el acuerdo que clausuraba la posibilidad de una guerra con los vecinos andinos. A pesar del contundente resultado del plebiscito y la presión internacional, el PJ decidió oponerse en ambas Cámaras llevando el acuerdo casi hasta el naufragio en el Senado, donde no corrió la misma suerte que la Ley Mucci por apenas un voto.

Sin embargo, durante estos días no se escuchó ninguna autocrítica de parte de la Presidente Fernández y su consorte Presidente del PJ. Ambos por entonces militaban y apoyaban al PJ. Ella mismo recordó votar a Luder y ser parte del aparato del PJ por aquellos años. Tampoco aclaró su prédica nacionalista (casi antichilena) en ocasión del acuerdo por los hielos continentales en los años noventa (en cambio no se los escuchó quejarse tanto por las privatizaciones).

La conmemoración del acuerdo argentino/chileno sólo le sirvió para escapar un ratito de las malas noticias del país, obtener algún rédito político y lucir su sombrero de funeral. De todos modos esa falta de arrepentimiento fue lo único honesto por parte de ella en todo este viaje.
La conmemoración del acuerdo no le permitió repensar el conflicto con Uruguay por Botnia ni si quiera incorporar la idea que ceder es una parte importante para limitar los conflictos con los demás. La experiencia de Este pasado es para el museo no para refexionar sobre la práctica. Lo único que vincula al pasado con el presente en la política k es legitimar la acumulación de poder.